“Lo difícil no es entrar a la universidad sino permanecer y graduarse”, la historia de la nicaragüense Gryssmel Baldizón

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Gryssmel Baldizón compartió que estudiar y vivir en el exilio es un verdadero desafío por las condiciones a las que se tuvo que adaptarse. • Foto: Onda Local

En los últimos dos años, el régimen de Daniel Ortega ha atacado incansablemente la autonomía universitaria, a razón de esta situación decenas de estudiantes han tenido que buscar oportunidades fuera del país para continuar su formación académica.

Gryssmel Baldizón es una joven migrante nicaragüense en Costa Rica a quien le tocó iniciar de cero. Salió de Nicaragua cuando tenía 19 años y estaba cursando el segundo año de la carrera de Comunicación Social de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-León), llegó a Costa Rica con la esperanza de estudiar al menos un semestre y después cuando la situación sociopolítica se calmará regresar a su país y continuar sus estudios.

“Yo pensé, de ingenua, que podía hacer un semestre en la Universidad de Costa Rica (UCR) y podía regresar al país, pero no fue así”, dijo Baldizón. Aunque logró entrar a la UCR le tocó empezar de cero, pues la falta de documentos le frenaron el proceso. 

“Es bastante frustrante, ha sido un proceso bien lento, más de lo que uno se imaginaba. Es difícil, no hay que romantizarlo, la vida en Nicaragua no es cómo la de aquí”, mencionó Baldizón, de 24 años.

Baldizón intentó retomar su carrera, pero debía traer todas las notas de los dos años universitarios firmadas por los profesores y el director de la carrera, a eso incluir el pénsum y los temarios de clases. “Eso te hace más difícil darle la continuidad a la carrera que cursabas en Nicaragua, y lo más probable es que te toque iniciar de cero como yo”, reconoció.

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De Comunicación Social a Antropología

Baldizón actualmente estudia Antropología en la UCR, compartió que cuando llegó al nuevo país participó en una feria vocacional que hicieron en el campus de la universidad dado a que desconocía el proceso que debía seguir para entrar.

“Yo quería saber en ese momento si podía estudiar como estudiante de intercambio internacional”, mencionó. En la oficina de asuntos internacionales y admisión de la UCR le dijeron que tenía que hacer un examen en marzo de 2019.

“El problema fue que me retrasaron más de un año, porque tenía que esperar hasta marzo de 2019 para hacer una pre matrícula para el examen de admisión (...). Hice el examen en octubre de 2019 y mis resultados llegaron hasta 2020, es un proceso muy largo y tedioso, es pasar como un año y medio muerto. Empecé a estudiar en abril de 2020”, compartió.

La joven explicó que existe una gran brecha entre el sistema de educación nicaragüense y el costarricense, pues en Costa Rica para aprobar las clases se requieren notas mínimas de 70, no como en Nicaragua que es válido el 60 en una evaluación de 0 a 100.

“Si yo hubiese pasado de panzazo ( notas bajas) mi secundaria me hubiesen enviado a hacer mi examen de bachillerato”, apuntó.

Ser migrante complica los procesos 

Baldizón aseguró que hay una clara diferencia entre ser un estudiante con residencia estudiantil a serlo como refugiada o en condición de solicitante de refugio.

“Cuando uno, incluso, está en proceso de refugio es algo más complejo porque la universidad es muy burocrática y en algunas veces siento que nos vulneran porque te piden la resolución de refugio. (...) pedir una beca es bastante complejo porque te piden requisitos como que tengás un núcleo familiar cuando muchos hemos migrado solos y nos juntamos con otros nicaragüenses que están en la misma situación”, subrayó.

Desde su experiencia, valora que hay mucho desconocimiento dentro de la universidad en torno a la situación política que vive Nicaragua. Cabe mencionar que la UCR es pública, pero no es gratuita, es subvencionada por el Estado.

“Para nosotros público es igual a gratuito, pero aquí no, se paga y se pagan los créditos universitarios que tienen costos diferentes como nacionales y extranjeros”, remarcó.

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El desafío de estudiar y trabajar

Al ser una universidad subvencionada, Baldizón divide su tiempo entre sus clases y trabajos ocasionales, muchas veces labora como niñera, que le permite tener un ingreso para ahorrar y pagar los 250,000 colones equivalente a 500 dólares semestrales, es decir, cada seis meses.

“Las cosas económicas son las que me saturan, creo que lo difícil no es entrar a la universidad sino permanecer y graduarse, más en las condiciones de estudiantes migrantes, porque tenés que estudiar y trabajar. Los horarios de la universidad son bastante inflexibles, no existe como un turno sabatino, todas son diarios y usualmente son horarios quebrados”, explicó.

Aunque no todo ha sido fácil, Baldizón está segura y consciente que aunque no sea su país “al menos tengo acceso a educación de calidad, cosa que en Nicaragua no porque es precaria, hay muchos estudiantes que tienen problemas de ortografía, gramática. El sistema educativo de aquí es mucho más riguroso y exigente”, apuntó. 

Recomienda a estudiantes de las universidades confiscadas que no quieran continuar su carrera en las creadas por el régimen, es que si van a salir del país hagan todos los procesos de apostilla de cualquier documento de secundaria, universidad, y de caso de no ser así, hacer alguna carta explicando lo que está pasando en el país, y que no “se rindan, que se hagan autodidactas y si tienen la posibilidad de aprender más de su carrera lo hagan”.

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