La escabrosa ruta hacia la consolidación de la dictadura Ortega Murillo
- 26 Sep 2024
- 12:46 p.m.
La violencia estatal extrema, fue la única forma que encontraron para neutralizar las protestas ciudadanas. • Foto: Onda Local
Nicaragua está viviendo bajo la crueldad de una de las dictaduras más oprobiosas de los últimos tiempos en América Latina. El odio que destila cada día, a diestra y siniestra la vicedictadora Rosario Murillo deja en evidencia, además del miedo que le embarga, la obsesión por sostenerse en el poder a toda costa, lo que hace que ella, Daniel Ortega y su círculo cercano, confabulen para poner en marcha los más inhumanos y crueles métodos para neutralizar cualquier expresión que consideren un riesgo para su proyecto dictatorial. Desde 2018, organismos de derechos humanos han sistematizado los abusos de la dictadura familiar, muchos de los cuales constituyen crímenes de lesa humanidad. Sin embargo, la obstinación de la hoy pareja dictadora, por recuperar el poder y ejercerlo con autoritarismo se arraigó en sus mentes desde que el FSLN lo perdió en 1990.
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Luego de sufrir una humillante derrota, contra todo pronóstico, en las urnas en 1990 frente a Violeta Barrios, el dictador Daniel Ortega pasó 16 años anhelando regresar al poder y no descansó hasta conseguirlo de nuevo. A través de artimañas, componendas y pactos, con la complicidad del caudillo liberal Arnoldo Alemán y su pacotilla, creó adefesios jurídicos, hizo reformas a la Ley Electoral y promovió reformas constitucionales, todo para allanar el camino que lo llevaría de regreso a retomar la primera magistratura del país.
En 2006, en unas elecciones catalogadas como amañadas con reformas electorales a su medida, Ortega recuperó el poder, y desde entonces, a través de farsas electorales se ha sostenido en el mismo durante cuatro periodos seguidos, consolidando así una dictadura que ya lleva 17 años consecutivos. Ortega ha envejecido atornillado al poder, sin un atisbo de querer soltarlo.
En noviembre de 2021, en el contexto de la última farsa electoral orquestada por Ortega, la cadena británica BBC advirtió que “Ortega lleva más tiempo en el poder que cualquiera de los Somoza, la dinastía que duró más de 40 años en Nicaragua y que el propio Ortega ayudó a derrocar”. La BBC destacó que, de concluir el actual mandato, el dictador sumaría 20 años consecutivos en el poder para un total de 29 años, tomando en cuenta que el caudillo sandinista gobernó por primera vez tras el triunfo de la revolución (1979), como coordinador de la Junta de Gobierno en marzo de 1981; luego ocupó la presidencia desde 1984 hasta 1990, año en que se vio obligado a despojarse del cargo, tras la victoria electoral de Violeta Barrios.
Criminales ejerciendo el poder en Nicaragua
La ejecución de crímenes de lesa humanidad por parte de la dictadura encabezada por Daniel Ortega y Rosario Murillo, en complicidad con sus incondicionales jefes del Ejército y la Policía, General Julio César Avilés y el Primer Comisionado Francisco Díaz Madriz, respectivamente, además de otros colaboradores necesarios dentro del círculo de poder del régimen, está documentada y sustentada con evidencias concretas en diferentes informes que han resultado de la sistematización de la violencia desatada contra la población nicaragüense a raíz de las protestas ciudadanas de 2018.
Desde entonces, la lista de abusos y violaciones a los derechos humanos en Nicaragua, ha ido creciendo hasta cercenar por completo valores y principios políticos como el Estado de derecho, la institucionalidad y cualquier expresión del ejercicio democrático.
El régimen ha cerrado todos los espacios de participación ciudadana y concentra todos los poderes del Estado en la figura de la dictadura bicéfala constituida por Daniel Ortega y Rosario Murillo. La situación que vive Nicaragua, coloca a este país centroamericano según el informe de 2023, del índice de democracia de The Economist Intelligence Unit (EIU, por sus siglas en inglés), como el país menos democrático en América Latina, pues se ha ganado el puesto 143, entre 167 países a nivel mundial.
La dictadura Ortega Murillo ha venido aumentando su deriva autoritaria desde su retorno al poder en 2007, pero es a partir de 2018, luego de las protestas ciudadanas en su contra, que ha recurrido a todas las formas crueles e inhumanas posibles para aferrarse al poder y consolidar un proyecto dinástico en ciernes. El régimen no permite la más mínima expresión adversa a sus propósitos, una sospecha basta para convertir en víctima de sus desmanes a cualquier persona.
A continuación, un recuento de los momentos que fueron determinantes para el retorno y posterior consolidación de un régimen autócrata que actualmente oprime sin piedad al pueblo nicaragüense; las principales artimañas, farsa y componendas de las que se valió y las posteriores atrocidades e ilegalidades cometidas por la pareja de dictadores que obsesionados por el poder y el control total de todos los espacios de interacción de la sociedad tienen sometido a un pueblo que hoy por hoy vive su peor calvario.
2001 y 2006: la recurrente obstinación por el retorno al poder
Daniel Ortega, de cara a las elecciones de 2001 y luego de 2006, se vendió ante el electorado nicaragüense como un hombre que reconoció sus errores del pasado y prometió no volver a cometerlos. Desde la acera de la oposición, durante el gobierno de Violeta Barrios, y los gobiernos neoliberales de Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, fue promotor de sendas asonadas, bajo la premisa de que el FSLN seguía gobernando desde abajo.
Pero cuando se acercaban las campañas electorales, su discurso incendiario bajaba de tono y se proyectaba conciliatorio y lleno de promesas en las que reconocía los desaciertos del pasado y asumía el compromiso de no repetirlos.
Un ejemplo claro de ello, se sustenta en uno de los episodios registrados mediáticamente en 2021, donde Ortega hizo una de sus más falaces promesas de cambio, ese año, en plena campaña electoral, afirmó con todas sus letras que: “Nunca más habrá confiscaciones en Nicaragua. (…), no vamos a confiscar ni expropiar a nadie”. El aparentemente renovado líder del FSLN, reiteró en esa ocasión que “todo aquel que tenga una casa, una finca, una empresa o cualquier tipo de propiedad, debe sentirse seguro, porque nunca más habrá confiscaciones en Nicaragua”.
La promesa de “no más confiscaciones”, fue una de tantas que Ortega hizo a lo largo de la campaña electoral de 2001, y esta fue parte de su arenga durante la firma de una alianza electoral con una facción de la excontra en el Hotel Las Mercedes de Managua.
Sin embargo, en las elecciones de ese año, pese a haber procurado proyectar una figura de hombre de paz y reconciliación, no se ganó el beneficio de la duda, y el electorado nicaragüense eligieron al candidato liberal Enrique Bolaños. Era su tercera derrota consecutiva en las urnas, después de Violeta Barrios y Arnoldo Alemán.
No obstante, el eterno candidato sandinista no desistió y decidió subir la apuesta de cara a la próxima campaña, el objetivo era recuperar el poder y está vez debía recurrir a otras argucias que calaran más hondo entre la población nicaragüense mayoritariamente de fe católica; Ortega pidió perdón públicamente a la iglesia por los desmanes, abusos y atropellos cometidos contra sus líderes en la década de los ochenta.
“Nos equivocamos, cometimos muchos errores y atropellamos a figuras respetadas de la iglesia como monseñor Carballo, a quien ahora le pedimos perdón en público para que no quede duda de nuestra sincera aceptación de esos desaciertos” dijo un Ortega conciliatorio durante un acto público en 2004, en el que tenía como invitado al propio monseñor Carballo con quien luego de pedir perdón se fusionó en un emotivo abrazo.
En lo sucesivo su acercamiento a la iglesia católica, a la que persiguió y humilló en los 80, y sigue persiguiendo en la actualidad, fue similar al de un arrepentido converso. Ortega para ser más convincente, ante los lentes de las cámaras, comulgó durante una misa oficiada por el cardenal Miguel Obando y Bravo y hasta contrajo nupcias eclesiásticas con Murillo, en la Catedral de Managua como una prueba de su conversión.
Pero todo era parte de una campaña mediática para recuperar adeptos. El arrepentimiento de Ortega resultó ser otro habilidoso engaño al propio estilo del caudillo sandinista que ya muchos conocían.
2007: el retorno y el inicio de la consolidación de la dictadura
Ortega logró su cometido, pero no porque haya engañado al pueblo católico, sino por la suma de varias artimañas que vino tejiendo desde que perdió el poder en 1990, pero que concretó en el año 2000. A lo largo de esa década, Ortega desestabilizó al país, movió fichas, negoció, pactó, hasta lograr hacer reformas electorales amañadas. El pacto que hizo con Arnoldo Alemán fue la mejor estrategia, tal acción le despejó el camino para retomar el poder en el año 2007 y el regreso fue para quedarse.
El 5 de noviembre de 2006, Ortega ganó con el 38 % de los votos, lo que no era posible en las contiendas electorales anteriores, pues para ser el candidato ganador se requería obtener como mínimo el 45% de los votos. Con la reforma electoral pactada, las reglas del juego cambiaron y un candidato podría hacerse con la presidencia con solo el 35% de los votos, siempre que este tuviera al menos un 5% de margen adicional sobre el segundo candidato más votado. En la elección referida, la segunda fuerza política fue la Alianza Liberal Nicaragüense (ALN), encabezada por Eduardo Montealegre, quien obtuvo el 29% de los votos. El retorno de Ortega se consumó empujado por las reformas electorales hechas a su medida.
Las elecciones de 2011: Otro proceso amañado
Cuando se acercaba el momento del fin del periodo presidencial 2007-2011, y los preparativos para una nueva elección presidencial, Ortega supo que tenía restricciones constitucionales que no le permitirían volver a postularse, sin embargo, nuevamente trabajó habilidosamente en función de anular las restricciones despejando el camino para ser una vez más el candidato.
La Constitución de la República vigente, no permitía que una persona se postulara a la presidencia más allá de dos periodos constitucionales y Ortega ya había gobernado en los 80 y estaba terminando el periodo 2007-2011. Otro impedimento se lo imponía una reforma Constitucional de 1995, que establecía la prohibición de dos periodos consecutivos, es decir estaba prohibida la reelección inmediata.
Sin embargo, Ortega, con la complicidad de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), logró que ese poder del Estado, dictaminara que las restricciones eran inconstitucionales porque violaban el derecho humano a la reelección. El polémico dictamen tuvo sus detractores en la oposición, pero sus esfuerzos por anularlo no tuvieron frutos.
2016, el último zarpazo: Rosario Murillo vicepresidenta
Cada nueva elección reducía las posibilidades de cualquier contrincante, y aumentaba las de Ortega, para las nuevas elecciones de 2016, Ortega puso la tapa al pomo: decide llevar como fórmula presidencial a su esposa.
La oficialización del anuncio causó revuelo pese a que tal acción se manejaba como un secreto a voces. La hasta ahora primera dama y vocera del gobierno, es anunciada por el partido sandinista como su candidata a la vice presidencia para las elecciones de noviembre de 2016. Ortega acudió con ella a la sede del CSE a inscribirla bajo una batería de periodistas nacionales y extranjeros que cubrían la funesta noticia.
El nombramiento de Murillo como fórmula presidencial de Ortega ya no daba cabida a la duda. Estaba a la vista que se buscaba la imposición de un régimen cuyo poder se concentrará en manos de la familia Ortega Murillo, eso, según analistas, era el primer paso para la instauración de una dinastía, tomando en cuenta que la Constitución establece que, en caso de faltar el presidente, quien asumirá la primera magistratura de la nación, será la personas que ostenta la vicepresidencia.
Las otras argucias para el control absoluto del poder
Las elecciones de 2016 fueron una farsa. Ortega ya tenía asegurada la nueva reelección y por consiguiente Murillo el cargo de vice mandataria, pues los dados ya habían sido cargados a favor de la pareja aspirante.
Ortega tenía al Consejo Supremo Electoral (CSE), bajo su control, con Roberto Rivas a la cabeza, usó el Tribunal Electoral para sacar de la competencia a la segunda fuerza política, en ese momento el partido ALN.
El dictador se había hecho también con el control del Poder Judicial y posteriormente del Legislativo, en este último, a poco menos de 4 meses para las elecciones, el tirano, por medio del CSE, despojó a 28 diputados de la oposición de sus escaños, haciéndose del control del parlamento.
Nuevamente sin ningún obstáculo y con el control total de los tres poderes del Estado y demás instituciones, Ortega se reeligió y con Murillo a la par, inició una etapa más intensa con la que terminó de desmantelar cualquier resquicio de democracia que quedara en el país. Sin embargo, paralelamente el descontento social crecía y todo indicaba que la presión acumulada era una bomba de tiempo que en cualquier momento estallaría.
La pesadilla de Ortega y Murillo: El estallido social de 2018
Desde que Murillo asume como vicepresidenta, el control de ella y Ortega sobre el poder en Nicaragua es total. Bajo ese privilegio comienzan arbitrariamente a manejar los hilos del poder a su gusto y antojo.
Es un secreto a voces que en ninguna institución del Estado se mueve una hoja sin la venia de la pareja de tiranos. Tal situación provoca rupturas en las mismas filas del partido sandinista. Pero el descontento está presente a lo largo y ancho del país, el pueblo nicaragüense está claro que Ortega y Murillo son ilegítimos y están usurpando el poder.
El hartazgo sobre tanta ignominia y desfachatez, colmó la paciencia de miles de nicaragüenses que, en abril de 2018, salieron masivamente a las calles a manifestarse empujados por las ansias de un cambio y la recuperación de la institucionalidad, el Estado de derecho y el retorno de la democracia.
Acorralados no les quedó más que usar la fuerza letal
Con las primeras expresiones de protesta Ortega y Murillo se vieron acorralados, el peso de la presión ciudadana les hizo estar a punto de abandonar el poder, pero nuevamente de manera habilidosa, ganaron tiempo para reorganizarse en medio del caos.
Ante la ola de protestas, la pareja dictadora reaccionó con temeridad y como fieras heridas, dispuestas a todo, y con la colaboración de las fuerzas represivas de la Policía, la intervención indirecta del Ejército, y el apertrechamiento de grupos paramilitares, decidieron quedarse en el poder a toda costa, con el uso desproporcionado de la fuerza, incluyendo armas letales, impusieron un estado policial basado en un régimen de terror y represión.
La violencia estatal extrema, fue la única forma que encontraron para neutralizar las protestas ciudadanas.