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Desplazamiento forzado, el drama de miles de nicaragüenses en dos periodos de dictadura sandinista

Ulises | 28 Nov 2023

Desplazamiento forzado, el drama de miles de nicaragüenses en dos periodos de dictadura sandinista

Se estima que durante los últimos cinco años, más de 600,000 nicaragüenses se ha visto forzados a abandonar el país huyendo de la represión y la persecución de la dictadura Ortega Murillo. En los años ochenta, más de 200,000 personas habrían huido de la guerra, la pobreza y la persecución desatada por el gobierno sandinista de esa época. Expertos aseguran que los cálculos en ambos periodos, son aproximaciones y que podría haber subregistros por lo complejo que resulta registrar estadísticamente estos éxodos. Sin embargo, el drama del exilo es palpable. Cada nicaragüense fuera de su tierra tiene una historia que contar.

***

“Walter” es originario de una comunidad rural del departamento de Rivas en el sur de Nicaragua. Emigró hacia Costa Rica en los primeros días de octubre de 1988 cuando apenas tenía 17 años. 35 años después continúa viviendo en el país que lo acogió como refugiado.

Siempre mantuvo vivas sus esperanzas de retornar a Nicaragua, pero esas esperanzas empezaron a marchitarse luego que la dictadura Ortega Murillo, ejecutara una venganza sin precedentes contra la población, a raíz de la rebelión cívica de abril de 2018.

El asesinato de más de 335 nicaragüenses en el contexto de las protestas, documentado por la CIDH, el encarcelamiento de cientos de líderes opositores, el cierre de más de 3,500 organizaciones de sociedad civil, los ataques contra la prensa y la iglesia católica, el destierro de otros centenares de compatriotas y la confiscación de sus propiedades, son parte de las noticias a las que Walter ha dado seguimiento durante los últimos cinco años, para medir el pulso de lo que ocurre en Nicaragua.

Para Walter, el panorama es desalentador, sobre todo porque ha sido testigo de la llegada de cientos de miles de nicaragüense más a Costa Rica huyendo de la dictadura.

Walter considera que este nuevo éxodo supera al ocurrido en los años ochenta, del que él fue parte. “Nunca pensé que volvería a ver esto, es un flujo migratorio sin precedentes” afirma.

En efecto. Walter no está equivocado. Se estima que, durante la década de los ochenta, 46,000 nicaragüenses solicitaron asilo en Costa Rica. En este nuevo éxodo, solo entre 2018 y 2022, las cifras superaron los 200,000.

De acuerdo a la actualización del informe “Situación de las personas nicaragüenses desplazadas forzadas”, publicada en junio de 2023, por el Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más, “605,043 nicaragüenses tuvieron que abandonar sus hogares debido a la crisis sociopolítica que vive Nicaragua desde 2018”.

Aunque el contexto es diferente, los culpables del desplazamiento forzado de los nicaragüenses son los mismos, advierte Walter, en alusión a quienes ejercen el poder en Nicaragua, a la vez asegura que, con la nueva realidad que vive Nicaragua, no puede evitar trasladarse a la que él vivió en los años ochenta. Los recuerdos de aquella época infame, brotan a flor de piel.

El éxodo de nicaragüenses hacia Costa Rica en los ochenta

Los datos sobre la cantidad de nicaragüenses que buscó refugio en Costa Rica a lo largo de la década de los ochenta difieren según las fuentes. 

Un estudio de la Fundación Áreas para la Paz, sobre la población migrante nicaragüense en Costa Rica, publicado en septiembre de 2000, afirma que en esa década, Costa Rica otorgó estatus de refugio a 46,000 nicaragüenses.

Alberto Cortés Ramos, investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Políticos (CIEP) de la Universidad de Costa Rica (UCR), en un artículo sobre la dinámica migratoria entre Nicaragua y Costa Rica en los 90, afirma que “se calcula que durante el período 1980-89, cerca de 280 mil nicaragüenses se refugiaron en Costa Rica, de los cuales solo 40 mil tenían ese estatus formal.”

En tanto, un estudio elaborado conjuntamente entre el CELADE y UNFPA; revela que, a mediados de los ochenta, en Costa Rica había 37,506 refugiados nicaragüenses, pero que al final de esa década la cifra ascendió a 45,918.

La cifra de 46,000 se basa en los registros oficiales de ACNUR y las autoridades migratorias costarricenses, y corresponde a los nicaragüenses que en esa década recibieron legalmente el estatus de refugiados, es decir, no incluye a quienes se mantuvieron de forma irregular o indocumentados, por tanto, no hay datos fidedignos sobre las cantidades reales.

Cortés advierte que siempre hay limitaciones para registrar estadísticamente la inmigración en toda su complejidad y tamaño, “por la gran movilidad que tiene esta población tiende a ser subregistrada, particularmente la que está en condición irregular” asevera el experto.

La cifra de muertes que dejó la guerra entre el régimen sandinista de la época y “La Contra”, como se le llamó al grupo armado opositor que luchó entre 1981 y 1989 contra el sandinismo, supera al número de personas que se refugiaron en Costa Rica en ese mismo periodo. Se estima que el conflicto bélico dejó al menos 50,000 víctimas mortales, entre soldados de ambos bandos y población civil.

Exilio en Costa Rica: Cada vida una historia

Cada nicaragüense en Costa Rica, tiene una historia que contar. Independientemente si llegó en los ochenta huyendo de la guerra, o a raíz de la feroz represión desatada por la dictadura luego de las protestas ciudadanas de abril de 2018.

Walter compartió su historia con Onda Local. Él fue parte de un grupo de 40 personas que recorrieron a pie muchos kilómetros de agrestes senderos, atravesaron ríos, subieron cerros y se internaron en densas estepas llenas de zacatales y caminos fangosos, hasta cruzar la frontera sur de Nicaragua para huir de la guerra y la pobreza que asolaba al país. 

Durante la travesía esquivaron a las tropas fronterizas del Ejército Popular Sandinista (EPS), para no ser capturados, pero también minas antipersonales sembradas en algunos sectores de la zona selvática por los militares.

Walter y su grupo lograron atravesar la frontera. “Llegamos a Costa Rica, con hambre y sed, algunos con llagas en sus pies, pero todos sanos y salvos” afirma.

La guerra de los años ochenta en Nicaragua, duró desde 1981 hasta 1989 cuando se firmó el cese al fuego definitivo en el marco de los acuerdos de Esquipulas liderados por el expresidente de Costa Rica Oscar Arias Sánchez. Foto Oscar Navarrete / Cortesía.

Actualmente Walter habita en Desamparados, un cantón al sur de San José, la capital costarricense, donde ahora tiene su propia casa. Obtuvo la residencia tica pocos años después de haber llegado al país. Trabaja como contratista independiente de proyectos de construcción y vive modestamente con su familia.

Sin embargo, alcanzar esa estabilidad de la que hoy goza, significó años de arduo trabajo. Recuerda que inició chapeando monte en el cantón de La Cruz, Guanacaste, luego cortando café en las fincas cafetaleras de Alajuela, desde donde al terminar la temporada de las cosechas, se trasladó a San José, ahí consiguió trabajo en construcción, desempeñándose primero como ayudante de albañil, hasta que, con el paso del tiempo se convirtió en maestro de obras.

La vida que hoy lleva Walter comenzó a finales de 1988, cuando logró llegar a Costa Rica, pero antes de cruzar la guardarraya pasó por innumerables situaciones que pusieron a prueba su entereza y determinación.

Recibió entrenamiento militar desde los 14 años

Walter se enroló como voluntario en el Ejército en 1986, cuando solo tenía 14 años y apenas había aprobado la primaria. Asegura que no lo hizo por identificarse ideológicamente con el gobierno, sino por curiosidad y para aprender cosas que luego le servirían.

“Cuando uno está en esa edad tiene curiosidad y quiere aprender, y a mi me llamaba la atención lo que tenía que ver con armas y entrenamiento militar” admite.

Relata que habló con un amigo que estaba en las milicias quien le dijo que fuera a una base militar ubicada en Montemar, una hacienda en las cercanías a Ostional que había sido confiscada por el gobierno. “Ahí empecé los entrenamientos, y luego en San Antonio (comunidad de Ostional), donde había un batallón llamado 80-10, ahí aprendí a manejar algunas armas y me ponían hacer guardia por las noches” recuerda.

Walter afirma que participar como voluntario en el Ejército, le permitió además conocer bien la zona fronteriza “me movía con un grupo de militares a lo largo de la guardarraya y así fui conociendo la zona, cuando nos tocó viajar yo ya conocía bastante bien” asevera.

“En la zona donde nos encontrábamos había tres batallones, en ese tiempo solo se hablaba de invasión y por eso tenían las fronteras reforzadas. Para entonces todavía se daban combates en El Naranjo, Sapoa y Cárdenas” continúa relatando Walter.

Durante los últimos meses de 1988, un militar que se había ganado la confianza de Walter le reveló el plan de escape y lo invitó a unirse. El plan incluía, además de la deserción, la huida hacia Costa Rica, con un grupo de 40 personas, amigos y familiares de los desertores.

La travesía

Aunque ya pasaron 35 años de aquel arriesgado viaje que Walter emprendió hacia la libertad en octubre de 1988, lo recuerda como si fue ayer, porque esa travesía marcó un antes y un después en su vida.

La travesía duró toda una noche y la mañana y tarde del día siguiente, hasta que lograron internarse en territorio costarricense.

Walter recuerda que las personas del grupo, habían salido primero de sus lugares de origen, en pequeños grupos de tres, cinco o seis personas, según afinidad. Procedían de diferentes lugares, principalmente de diversos puntos del departamento de Rivas, aunque también había gente de Managua.  Walter iba junto a su madre y sus tres hermanos menores.

El plan era reunirse todos en El Pochote, una comarca ubicada al sur de Ostional y cerca de la frontera con Costa Rica. Ahí esperarían hasta las 10 de la noche, la hora acordada para iniciar el viaje hacia la libertad.

“Sabíamos cuántos íbamos, pero no sabíamos quiénes eran, solo el jefe del grupo los conocía a todos, a los demás los conocimos hasta que nos reunimos todos a las 10 de la noche en El Pochote” relata Walter.

Una vez formado el grupo de 40 personas, partieron de El Pochote en medio de la noche, Walter asegura que estaban a unos 20 kilómetros de la frontera, pero recorrieron un trayecto mucho más largo, porque caminaron paralelo a la línea fronteriza, también, por algunos momentos, internándose hacia el norte, para luego volver hacia el sur, todo por esquivar a las cuadrillas del Ejército que estaban desplazadas por toda la zona.

“Desde El Pochote nos dirigimos en dirección este, subimos a Sailan, luego bordeando las comunidades fronterizas de Pueblo Nuevo y Santana hasta llegar al punto donde cruzamos la frontera” relata Walter.

La fuente asegura además que “nos desviábamos constantemente, por eso nos costó llegar, cada tres horas el jefe del grupo cambiaba la ruta, si no hubiera echo así, nos hubieran agarrado”. Walter recuerda que después tuvieron noticias que ese mismo día el EPS había agarrado a otro grupo similar.

“En esos días el flujo de grupos de migrantes hacia Costa Rica en esa misma ruta era constante, le puedo asegurar que por día podían pasar entre 300 y 400 personas, mínimo 250” asegura.

“Ellos conocían bien el terreno, sabían por dónde caminar y por donde no; sabían en que puntos podíamos se interceptados por las tropas del Ejército, sabían en que partes había minas, nos guiaron por los bordes de los ríos, porque ahí casi no ponían minas, porque cuando crece el río las revienta” relata Walter.

Desertores del Servicio Militar Obligatorio

Walter recuerda que el grupo estaba integrado por tres miembros del Ejército Popular Sandinista (EPS), 4 miembros de las Milicias Populares Sandinistas (MPS) y 17 jóvenes que habían sido reclutados para cumplir el Servicio Militar Obligatorio, todos desertores. El resto del grupo eran mujeres y niños, en la comitiva también iba una señora de la tercera edad.

El viaje se había organizado semanas atrás en reuniones clandestinas, “todo fue muy bien planificado” recuerda Walter. Los exmiembros del Ejército, tenían sus enlaces en El Pochote, conocían muy bien la zona, pues eran parte de las cuadrillas que “peinaban” toda la frontera sur, desde Sapoá hasta El Naranjo.

Recuerda además que todos los hombres del grupo llevaban puesto uniformes militares, “veníamos con ropa militar todos, por si nos topábamos con los del EPS, para hacerles creer que éramos parte del Ejército, antes de pasar al territorio tico nos cambiamos la ropa y la dejamos guindada en unos palos” asevera.

La llegada a territorio tico

Walter afirma que el jefe del grupo, tenía contactos en el lado tico y que los estaban esperando. Al cruzar la frontera, 30 de los 40 que conformaban el grupo, se quedaron temporalmente en la casa de un campesino, los otros diez, incluido él, su madre y sus tres hermanos, continuaron hacia La Cruz, fueron escoltados por un grupo de policías ticos que resguardaban la frontera.

“La policía nos llevó a la Cruz Roja, ahí nos atendieron muy bien, nosotros teníamos una tía en La Cruz, y ahí nos quedamos las primeras semanas (…), ACNUR nos ayudó a tramitar la solicitud de refugio y nos otorgaron documentos provisionales” recuerda el migrante nicaragüense.

Una vez hecho el trámite, Walter empezó a trabajar, primero chapeando potreros, luego se trasladó a Alajuela donde trabajó en los cortes de café, “ahí nos dieron comida y dormida durante la temporada de los cortes” comenta.

Terminada la temporada de la cosecha cafetalera, Walter se trasladó a San José, donde empezó a trabajar en construcción. “me fui acomodando poquito a poco y conociendo una ciudad totalmente diferente a la que estaba acostumbrado.”

“Dormíamos debajo de una mesa”

Walter recuerda que luego de los cortes de café en Alajuela, se reencontró con su mamá y sus hermanos en San José, donde un familiar que se había exilado años antes, “ahí nos dieron donde dormir a todos, dormíamos debajo de una mesa porque no había espacio en la salita, ahí nos acomodábamos, así dormimos durante tres meses” recuerda. Agrega que esos meses fueron duros porque dormían sin colchón, “solo con una lonita, aguantando el frío de San José, al que no estábamos acostumbrados” afirma.

“Dormir en el piso fue algo que me marcó, porque pasé de dormir tranquilo en mi cama, a dormir debajo de una mesa lejos de mi tierra; lo que uno siente es cólera contra los que están en el poder, cuando uno viene aquí tiene deseos de venganza porque la Nicaragua para todos se acabó y se convirtió en una Nicaragua sin libertad, sin derechos y sin poder opinar, eso es un peso muy grande que se siente, uno se siente impotente de ver tanta maldad”. Walter, nicaragüense exiliado en Costa Rica en 1988.

Abandonar todo fue lo más triste

Walter confiesa que lo que más le impacto de su salida de Nicaragua, fue tener que dejar todo.  Le dolió mucho abandonar a sus mascotas. “Eso fue lo más doloroso, haber dejado todo, incluso el perro y el gato, uno siempre tiene animales y los quiere mucho, se quedaron botados, Eso fue muy duro” lamenta.

Asegura que otra cosa que lo marcó fuerte durante sus primeras semanas en Costa Rica, fue tener que empezar de cero, no tener donde dormir y tener un futuro incierto, porque no tenía nada seguro, “gracias a Dios hay gente buena que siempre lo apoya a uno” señala.

Un nuevo comienzo

La adaptación no fue nada fácil. Sin embargo, Walter y su familia también tuvieron la solidaridad de otros compatriotas en los momentos adversos, así fueron acomodándose a la nueva vida.

También tuvieron asistencia de ACNUR, “nos ayudaron mucho, nos preguntaron si queríamos irnos a otro país, las opciones eran Estados Unidos y Canadá, había oportunidades para los refugiados, pero decidimos quedarnos aquí” señala.

Recuerda que durante los primeros 5 meses de su estadía en Costa Rica, recibían por parte de ACNUR, una ayuda consistente en un paquete alimenticio cada 15 días.

Walter relata que trabajó en la construcción de un edificio de 7 pisos, en el que había muchos nicaragüenses, algunos indocumentados, “cada vez que las autoridades de migración llegaban, el jefe nos avisaba y nos escondíamos en un ducto”.

Asegura que ahí aprendió mucho, porque el jefe le dio una oportunidad que le agradece de por vida, “nos ponía tres meses en pintura, luego tres meses en armadura, tres meses en carpintería y así sucesivamente, terminamos ahí, y nos siguieron contratando, seguimos trabajando con la misma empresa en otras construcciones, “trabajé con ellos dos años y medio” afirma.

Gracias a eso, Walter se convirtió en electricista, soldador, maestro de obras y finalmente en contratista independiente.

“Algún día retornaremos”

Si bien la situación actual de Nicaragua no es nada alentadora y tiene sumida a la mayoría de nicaragüense, tanto fuera como dentro del país, en la desesperanza, Walter aconseja no dejarse ahogar por el desaliento.

“Mi fe, mi esperanza y mi expectativa es que Nicaragua cambie, muchos de los nicaragüenses que están aquí, están forzadamente y se sienten como enjaulados, no es como estar en su propio país, si Nicaragua cambia podemos retornar en cualquier momento” reflexiona con añoranza.

Walter agrega que “el cambio tiene que llegar, esperemos que sea pronto, porque esto es una bomba de tiempo, la gente está angustiada, desesperada, aquí hay mucha gente que se vino porque ya no aguantó más la represión” señala.

“Nosotros tenemos la obligación de hacer un cambio y los que ya están trabajando en eso, no importa en qué nivel se encuentren, tienen que hacer conciencia de que el país no está bien y que necesitamos un cambio, no para pelear, sino para vivir todos es una Nicaragua justa y libre en la que todos tengamos los mismos derechos” puntualiza.

2018: la escalada represiva de la dictadura y un éxodo sin precedentes

Con el fin de la década de los ochenta, también terminó la guerra. Nicaragua tuvo un periodo de esperanza, pero solo duró 16 años. En 1990, a raíz de la derrota electoral del sandinismo por la Unión Nacional Opositora (UNO), que llevó a la presidencia a Violeta Barrios, la democracia se instauró en el país. El sandinismo continuó “gobernando desde abajo”, como le llamó Ortega a las asonadas que organizaba el FSLN para desestabilizar al nuevo gobierno.

El boicot del sandinismo a la institucionalidad que se fortalecía en el país, continúo por dos periodos presidenciales más, hasta que, por medio de artimañas y componendas, Ortega retornó al poder en 2007. Desde este año fue consolidando una dictadura familiar que actualmente controla todo el aparato estatal.

En 2018, tras la rebelión cívica contra la dictadura, esta ejecutó la llamada “operación limpieza” la que dejó más de 335 muertos y centenares de presos políticos, Así inició un nuevo éxodo de nicaragüenses.

Nuriz Sequeira, fue parte de esta nueva oleada de migrantes que abandonó forzadamente el país ese año. Ella es originaria de El Tule, Río San Juan, integró el liderazgo campesino que luchó por defender sus tierras y sus derechos, en el contexto de la concesión canalera aprobada por la dictadura en 2013.

Desplazamiento forzado tras represión

La nueva ola migratoria que se generó a partir de represión gubernamental contra las protestas de 2018, incluyó a nicaragüenses de todos los sectores sociales y de todos los rincones del país. De acuerdo con ACNUR, solo ese año, más de 32,000 nicaragüense solicitaron asilo, principalmente en Costa Rica y Estados Unidos.

Nuriz Sequeira, lideresa campesina de El Tule, es parte de esas estadísticas, y cómo toda persona desplazada tiene su propia historia.

El drama que vivió Nuriz, se intensificó a raíz de la “operación limpieza” ejecutada por la dictadura, la que llegó hasta El Tule en julio de ese año, donde el Movimiento Campesino mantenía un tranque.

Luego del desalojo de los tranques, la persecución y el asedio contra el liderazgo campesino fue constante.

El 13 de julio de 2013, la Asamblea Nacional aprobó la Ley 840 o Ley especial para el desarrollo de infraestructura y transporte nicaragüense atingente a El Canal, zonas de libre comercio e infraestructuras asociadas. Con la aprobación de esta ley, Ortega entregaba al empresario chino la concesión para la construcción del canal interoceánico y adicionalmente 9 mega obras paralelas, que incluían aeropuertos y puertos de aguas profundas. Entre 2013 y 2018 los campesinos de las zonas que serían afectadas, organizaron más de 100 marchas contra la concesión canalera.

Nuriz empezó a recibir amenazas, su casa era constantemente vigilada por efectivos policiales, lo que la obligó primero al desplazamiento interno y después al exilio.

Entre los meses de julio y noviembre se desplazó por fincas de familiares y amistades en comunidades aledañas, hasta que se exilió en Costa Rica a finales de noviembre.

La lideresa campesina confiesa que se resistía a abandonar el país, “mi familia tenía mucho temor porque yo estaba decidida a seguir allá, aunque me estuviera desplazando de un lugar a otro; yo sabía lo duro que es el exilio, porque teníamos familiares que se exiliaron en la guerra pasada y nos contaban lo duro que les había tocado.”

Sin embargo, con el incremento del asedio y las amenazas en su contra, no le quedó más que salir hacia Costa Rica.

El 24 de noviembre de 2018, Nuriz emprendió su viaje. Salió de El Tule hacia el exilio a las dos de la madrugada, acompañada de su pequeña hija de apenas dos años, recuerda que llevaba un pequeño bolso con algo de ropa y sus documentos. 

“Mi hermano me sacó por veredas en moto, después me guio otra persona para continuar el camino por montaña; me vine con mi niña de dos años, un bolsito pequeñito, mis documentos personales y ropa de la niña, yo solo una mudada porque no podía traer muchas cosas, porque me había contado que el viaje era feo y como estábamos en invierno era más duro el camino” relata Nuriz.

La lideresa campesina recuerda que su hermano la llevó hasta una comunidad llamada “La Argentina”, de ahí la guio otro muchacho, quien la llevó por monte hasta salir a Boca de Sábalos, “la verdad yo no conozco esos caminos, íbamos por la montaña y en medio de la oscuridad” recuerda.

Una vez en Boca de Sábalos, Nuriz con su pequeña hija abordó una lancha que a través del río, la trasladó hasta la comunidad La Ñoca, de ahí le tocó caminar cuatro horas hasta llegar a la trocha fronteriza costarricense.

“En Sábalos pagamos una lancha, era de un señor de confianza que había ayudado a sacar a mucha gente desde Nicaragua para acá, muchos campesinos y campesinas, eran gente de confianza, ellos ya tenían trazada la ruta” asegura.

Nuriz continúa su relato: “entré a Los Chiles (cantón fronterizo de Costa Rica) como a la una de la tarde, fueron como once horas de viaje desde El Tule hasta los Chiles, ahí me estaba esperando una hermana, yo venía perdida, nunca había salido de mi país de esa manera”.

La lideresa de El Tule, no olvida el suplicio que le tocó vivir durante la travesía y la tristeza que la embargaba por tener que dejar su país, “salí de esa trocha puro lodo, me caía en el camino, traía a la niña, ella no aguantaba caminar por los montones de lodo y porque apenas tenía dos años, fue un viaje terrible, mi temor era encontrarme al Ejército o la policía en el camino, mi mayor tristeza fue tener que dejar mi país a la fuerza” lamenta.

“En agosto, después de los tranques, se habían venido un grupo de campesinos, pero yo me resistía a salir, me moví de El Tule y me refugié donde unos familiares y no estaba siempre ahí, siempre me movía de un lado a otro, pero sentí que estaba exponiendo a mi familia”. Nuriz Sequeira, lideresa campesina exiliada en Costa Rica.

Hostigamiento desde 2013

El asedio contra los miembros del Movimiento Campesino, no fue un asunto que surgió con las protestas del 2018. Nuriz recuerda que el hostigamiento inició a raíz de las primeras marchas anti canal en 2013.  Sin embargo, luego de la rebelión de abril de 2018, el régimen desató una fuerte cacería contra los principales líderes para desarticular la organización del campesinado. 

“Acuérdese que nosotros veníamos luchando desde 2013. Nosotros siempre fuimos asediados por organizar y participar en las marchas anti canal, cuando terminaron los tranques, los policías que llamaban de inteligencia, mantenían vigiladas nuestras casas,” asevera Nuriz.

La lideresa campesina recuerda que a ella la llamaban “levanta masas”, “Siempre me lo decían, se referían así a mí, pero yo les decía, no soy levanta masas, yo salgo a protestar por defender mis derechos y los de los demás campesinos” comenta.

“La propuesta” de un comisionado

Nuriz relata que después del desalojo de los tranques, recibió una llamada telefónica a través de la cual un comisionado policial le hizo una propuesta, “a mí me llamó por teléfono un comisionado de apellido Chacón, me dijo que me llamaba para hacerme una propuesta, que le entregara los nombres de los demás lideres, que le dijera donde estaban y de qué comunidad eran, y que si hacia eso, ni a mí, ni a mi familia nos iba pasar nada” asegura que le dijo el jefe policial.

Ella refiere que cortó la llamada. Posteriormente el acoso continuó.  En otra ocasión, estando en su casa, recibió otra llamada amenazante. “Estaba en el porche con mi papá, y recibí una llamada, me dijeron 'mirá te tenemos vigilada, tenés una camisa de tal color ', y era cierto, tenía puesta la camisa que ellos describieron” afirma.

Nuriz asegura que ese día la amenazaron diciéndole que esta vez no se escaparía, “cuando ellos me dijeron eso yo pensé, 'ahorita me agarran aquí en la casa ', entonces fue cuando decidí trasladarme a unas fincas en otras comunidades, donde estuve rotando para que no me agarraran”.

Sin embargo, el asunto se tornaba cada día más angustiante, porque la persecución de la que Nuriz era víctima, ya no era solo por parte de efectivos policiales, sino también por parte de miembros del Ejército.

“A mi hermano le salieron unos militares y le dijeron que yo tenía que presentarme a tal hora, tal día, en tal lugar; fue cuando mi familia insistió en que tenía que salir del país” cuenta Nuriz, a la vez que agrega que sus padres eran diabéticos y que ella sentía que con su situación los estaba exponiendo, “ellos vivían en permanente zozobra y estrés, para evitar todo eso decidí mejor abandonar el país.”

El golpe más duro

Lo más duro que le ha tocado vivir a Nuriz es la muerte de sus padres. Ella reciente no haber podido estar en sus funerales. Ambos murieron estando ella en el exilio, primero su padre, el 4 de octubre de 2021, y luego su madre el 21 de diciembre de 2022.

“No pude estar en sus funerales” lamenta.  Recuerda que sus hermanos le contaron que el día que falleció su padre, un policía de civil, llamado Nelson Matamoros, estuvo toda la noche en la vela, “estuvo ahí todo el tiempo, desde que falleció mi papá, hasta que lo enterraron” asegura.

“Yo quería ir, pero me decían mis hermanos, no vengás, no vengás, porque aquí está Nelson, y él seguro espera que vos vangás en algún momento” afirma.

A la pérdida de sus padres, se sumó luego la muerte en un accidente de un tío a quien consideraba como un segundo padre, “él era también un líder muy importante de una comunidad” refiere.

Asegura que con ellos se sentía más conectada con Nicaragua y más cerca de su comunidad, porque siempre le mandaban encomiendas, sobre todo en épocas como la semana Santa, “ellos siempre estaban pendientes”, pero ya con la ausencia de ellos un sentimiento de nostalgia y tristeza embargó su corazón.

El proceso de adaptación a la nueva vida

El proceso de adaptación a la nueva vida en el exilio, no ha sido nada fácil, asegura Nuriz, primero porque al inicio la niña lloraba mucho diciendo que quería regresarse a su casa, pero también le costó adaptarse al clima de Alajuela, el primer lugar donde residió, “pasé de vivir en un lugar donde hacía mucho calor, a un lugar muy frío” recuerda.

La resistencia de Nuriz a abandonar el país, la hizo pensar que el exilio sería algo temporal, tenía la convicción que no duraría y que pronto estaría de regreso. “yo sentía que era un viaje por unos tres meses, cuando salí le dije a mi mama y mi papa, me voy, pero por tres meses, y luego regreso”.

Confiesa que esperanzada en ese pronto retorno, durante los primeros meses en Costa Rica, se resistía a hacer los trámites de solicitud de refugio. Pero su hermana la persuadió para que los hiciera, porque de lo contrario, si era agarrada indocumentada por las autoridades ticas, podría ser deportada.

El exilio de Nuriz se ha extendido ya por cinco largos años y ahora ella está consciente de que por el momento no hay señales de que termine pronto.

Su liderazgo continúa en el exilio

Nuriz actualmente es coordinadora del Movimiento Campesino, cargo en el que fue reelecta por un segundo periodo. Desde ahí continúa el trabajo con sus compatriotas.

“Asumí el cargo para reorganizarnos aquí en el exilio, pues muchos andábamos dispersos, sin ningún tipo de organización, sin saber a quién dirigirnos” afirma. Así mismo comenta que “tenemos un consejo de 24 miembros y una directiva, ahorita yo estoy coordinando, pero ya casi me toca entregar, ya vamos a reunirnos en estos días, para hacer el proceso de elecciones para que trabajen otras personas, ya se termina mi periodo y vamos a elegir nuevo coordinador o coordinadora”

El trabajo consiste en ver las necesidades de documentación que tienen los campesinos, pero también para apoyo mutuo, saber dónde están y así brindarles ayuda en diversas gestiones.

Actualmente Nuriz tiene 39 años, vive en Upala, donde trabaja con el Centro El Centro de Derechos Sociales del Migrante (Cenderos), una organización que apoya a los desplazados nicaragüenses y de otras nacionalidades. Luego de bachillerarse logró ir a la universidad. Se graduó en ingeniería en sistemas. En Nicaragua se desempeñó un tiempo como profesora de computación en su territorio, pero luego las cosas se complicaron porque para poder continuar como educadora tenía que buscar un aval político, “como nunca quise buscar ese aval político ya no me dieron más el trabajo, siempre tuve esa resistencia, por eso preferí ponerme a trabajar en otra cosa” asegura. En El Tule, Nuriz trabajaba en una finca familiar y tenía su propio negocio.

Panorama actual es incierto

Nuriz ve la situación actual bastante complicada, “la comunidad internacional tiene centrada la atención en las guerras que están ocurriendo en otros países y eso no nos ayuda” analiza.

Refiere que, por otro lado, no ve un panorama positivo por parte de la oposición nicaragüense. No obstante, cree firmemente que tarde o temprano, Nicaragua tendrá otro estallido social.

“En cualquier momento puede darse una nueva explosión social en Nicaragua, por todos los despidos que se están dando, la gente sigue yéndose del país, muchas familias siguen quedando desarticuladas, hay un descontento creciente con los ataques a la iglesia, con el obispo (Rolando Álvarez) preso, la carestía de la vida cada vez más terrible” argumenta.

Ella considera que todos estos factores están desencadenando un descontento generalizado en todo el país, el que va cobrando fuerzas. “puede venirse una explosión nuevamente, va llegar un momento en que ya la gente se siente con la soga al cuello, y eso es lo que va suceder” vaticina.

Fortalecer la unidad en el exilio es fundamental

La lideresa campesina advirtió que lamentablemente la organización de los nicaragüenses en el exilio no ha sido fácil “porque no hay humildad en muchos grupos y también porque hay muchos intereses personales”. 

En ese sentido aconseja que “los que estamos fuera del país debemos organizarnos. todos en un solo bloque para poder hacerle frente al estallido cuando se presente, para ver qué hacemos nosotros desde el exilio, porque solo unidos podemos apoyar cualquier lucha del pueblo.”

De igual forma resalta que no hay que abandonar la esperanza del cambio, “nuestro sueño siempre es retornar a nuestro país, regresar a nuestras tierras, a nuestros territorios, porque puede ser que uno aquí con un trabajito pueda sobrevivir, pero nunca va a ser igual que estar en su país con su familia” expresa a la vez que afirma que echa de menos el calor familiar, “las navidades no son iguales, lejos de la familia, el trabajo y las comodidades que podamos tener aquí, no llenan ese vacío que uno tiene por haber dejado su país” .

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