Parole y Movilidad Segura: Paliativos del dolor ante el drama del exilio
El Parole beneficia a personas migrantes de países en conflicto. En la región son elegibles ciudadanos de Cuba, Venezuela y Nicaragua. • Foto: Onda Local
El éxodo de nicaragüenses no se detiene. Se estima que desde 2018, a raíz de la crisis sociopolítica generada por el descontento ciudadano ante la deriva autoritaria del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, más de 500 mil personas han emigrado hacia Estados Unidos y más de 300 mil hacia Costa Rica y otros destinos, entre estos España, Canadá, México y otros países de la región.
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A seis años de los eventos de abril de 2018 que provocaron la radicalización de la dictadura Ortega Murillo, el flujo de nicaragüenses que huyen de la represión estatal y de la agobiante situación económica continúa, y de acuerdo a las estadísticas, Estados Unidos sigue siendo el principal destino.
Ante ese panorama, y cómo una estrategia para disminuir la migración irregular, Estados Unidos ha extendido hacia ciudadanos nicaragüenses dos de sus programas migratorios. Por un lado el Parole Humanitario, una modalidad similar al Estatus de Protección Temporal (TPS por sus siglas en inglés) al que pueden aplicar desde Nicaragua personas que buscan llegar a esa nación norteamericana y por otro, el Programa de Movilidad Segura, al que pueden aplicar personas nicaragüense refugiadas en Costa Rica.
Tanto el Parole Humanitario como el Programa de Movilidad Segura son opciones migratorias legales, que atenúan un poco la intensidad del estrés y la incertidumbre ante el desplazamiento forzado, pues muchas de las personas que migran no desean abandonar el país, pero se ven obligadas hacerlo para resguardar su integridad física, sus vidas y las de sus familias.
El drama de migrar sin ser un deseo legítimo
Abandonar todo y empezar de nuevo en otro país encierra todo un drama, máxime cuando se hace en contra de la propia voluntad, como es el caso de la mayoría de nicaragüenses que, en el contexto actual, dejan su patria empujados por la necesidad de escapar de la opresión de la dictadura Ortega Murillo, la que ha sido calificada por la comunidad internacional, una de las peores de la región en los últimos tiempos.
La forma en que cientos de miles de nicaragüense abandonan su país, cabe en lo que las Naciones Unidas define como desplazamiento forzado. La instancia global describe este fenómeno como el "movimiento de personas o grupos de personas que se han visto obligadas a huir o abandonar sus hogares o sus lugares habituales de residencia, en particular como resultado de un conflicto armado, situaciones de violencia generalizada, o de violación de los derechos humanos."
En este reportaje, tres migrantes nicaragüenses comparten sus historias.
“Me vine con el Parole, sin querer venirme”
Beatriz es originaria de Rivas, trabajó durante varios años en organizaciones de sociedad civil, a raíz del cierre de las mismas, se quedó sin trabajo e inició a subsistir de pequeños emprendimientos junto a su familia, pero los ingresos apenas suplían las necesidades básicas y no se recuperaban de la debacle económica que les asfixiaba, a lo que se sumó el hostigamiento por parte de miembros del partido de gobierno que conocían su trayectoria y la acusaban de “golpista” por haber apoyado las protestas de abril de 2018. “Fui víctima de asedio y amenazas en varias ocasiones tanto presencialmente como en las redes sociales” asegura.
Para Beatriz abandonar el país no era una opción, no estaba en sus planes, se resistía a la solo idea de tener que hacerlo algún día. Admiraba la valentía de quienes sin pensarlo mucho tomaban tan dura decisión.
“Siempre he sido muy apegada a mi familia, mis padres, mi terruño” confiesa. “Es más doloroso cuando la cosa es así” admite. Pero las circunstancias obligan. Su padre enfermó de gravedad y falleció, luego vinieron otros problemas familiares. Una amiga radicada en Estados Unidos la terminó convenciendo de que viajará. Ella le apoyó con los trámites hasta que el parole le fue aprobado.
“Sentía que era como algo surreal mientras esperaba. Me debatía en un dilema, a veces decía 'ojalá que no salga el tal parole, ojalá que salga pronto', miraba la idea de salir de Nicaragua como un mal necesario” relata Beatriz.
Pero el Parole salió y tuvo que irse. Llegó a la ciudad de Austin en el estado de Texas, hace un año. Confiesa que salió de Nicaragua, sin querer irse, pese a ello iba llena de expectativas, pero también de incertidumbre. Ella tuvo que esperar varios meses hasta que le aprobaron la solicitud a la persona que la pidió.
A un año de estar en “el imperio” como ella le llama, admite que no ha terminado de adaptarse a su nueva vida, pese a que ya tiene un empleo de medio tiempo y se dedica a hacer artesanías en su tiempo libre junto a otras compatriotas, “sufro de constantes episodios de mal de patria, al punto de la desesperación por querer regresar” lamenta.
Sin embargo, afirma que se ha parado duro y está pensando en llevarse a sus dos hijos menores de edad que quedaron con su abuela. Aunque lo que más añora es regresar a Nicaragua, refiere que ha comprendido que no puede hacerlo en las condiciones actuales, sino en las que la mayoría de nicaragüense quieren hacerlo, sin dictadura y con irrestrictas libertades.
“Hui porque la pobreza se estaba metiendo en mi casa”
Héctor por su parte, se fue a inicios de este año luego de esperar por seis largos meses la aprobación de la solicitud que hizo un amigo radicado en Chicago, Illinois. Confiesa que antes de eso pasó otro tiempo llamando infructuosamente a diversos contactos en Estados Unidos para que lo patrocinaran.
“Para conseguir que al final alguien te apoye, primero tenés que poner la cara y pasar vergüenza con un montón de gente” confiesa.
Contrario a Beatriz, él sí comía ansias por salir del país, estas crecieron a lo largo del último año previo a su salida. Antes de eso, aun tenía en mente proyectos personales a desarrollar en Nicaragua, iniciativas a las que no ha renunciado, pero que por ahora quedan en un impase indefinido.
Héctor, originario de Chinandega, se desempeñaba en Nicaragua como promotor de temas sociales, principalmente juveniles, lideró procesos en los que el tema de derechos humanos era transversal, pues formaba parte del equipo de profesionales de una importante organización que también fue clausurada por el régimen.
“En Nicaragua ya no hay trabajo para las personas como yo, porque venimos de las oenegés, pero tampoco te van a dejar tranquilo si montás un negocio sabiendo que lideraste procesos en oenegés” argumenta.
Además refiere que la agobiante situación económica que cada vez se agudiza más, lo estaba reclutando para formar parte del creciente ejército de personas que pasan de la pobreza a la pobreza extrema. “La pobreza se está profundizando en un nivel impresionante en Nicaragua, y yo ya estaba entrando a ese ciclo” reitera. Agrega que la principal motivación para abandonar el país fueron sus hijos y la tranquilidad de su familia, él asegura que con la situación actual del país, el futuro de sus dos hijos, aun menores de edad, estaba condenado al fracaso.
“La vida es corta y las oportunidades escasas, tenés que actuar rápido”
Héctor vio una oportunidad en el Programa de Parole Humanitario para poder llegar legalmente a Estados Unidos, sin embargo, de entrada, el deseo de irse bajo ese programa lo sumió en la incertidumbre, pues de buenas a primeras, no encontraba a alguien que estuviera dispuesto a apoyarlo. Reconoce que esa fue la primera dificultad que encontró en el proceso.
“Cuando estás decidido a irte, pero no tenés quien te pida, te invade la desesperación y la incertidumbre, cuando empezás a buscar te das cuenta que mucha gente que pensaste que te podía pedir, no te pide; incluso gente que considerabas tus amigos, pero resulta que no lo son, y otros que si lo son y quisieran ayudarte tienen sus propias vidas y sus propias dificultades” explica.
“En el proceso te vas dando cuenta de cosas que te hacen pensar mucho en la vida, porque la vida es corta, las oportunidades son escasas y tenés que actuar rápido; todas esas cosas las vas asimilando en el camino” reflexiona Héctor.
“Un país de familias rotas”
Para Héctor la situación de Nicaragua es tan grave que “se percibe una sensación de desesperanza que está sumiendo en la depresión a la gente” añade que nadie quiere hablar de nada, porque hay mucho temor por la polarización política, “ya la gente no quiere ni celebrar, ya no hay fiesta libre en la que se invita a todo mundo; solo fiestas pequeñas en las que invitan a un grupito selecto y se cuidan de lo que van a decir, Nicaragua es un país que ya está completamente bajo la censura y la autosensura” lamenta.
Por otro lado opina que el estado anímico depresivo generalizado, que se percibe en Nicaragua por la situación sociopolítica del país, es también atravesado por otro factor que surge como consecuencia de lo primero: la ruptura de las familias nicaragüenses.
“Todas las familias están rotas, todo mundo tiene familiares en el extranjero; cuando ya vos tenés un familiar en el extranjero ya tu familia no es la misma; el que no se fue con parole, se fue mojado; el que no está en los Estados Unidos, está en Costa Rica o en España y eso ha fracturado la unidad familiar nicaragüense” insiste.
El proceso de adaptación a la nueva vida
Luego de cuatro meses de estadía en Estados Unidos, Héctor admite que el proceso de adaptación ha sido bastante difícil, primero porque “casi nunca la persona que te pide, en realidad quiere que estés ahí,” reconoce que eso causa la primera gran incomodidad porque la intención no es molestar al anfitrión, pero la necesidad obliga, “uno agradece mucho que le hayan ayudado pero en realidad los apartamentos son muy pequeños, hay conflictos en las familias, y luego de eso hay un aspecto anímico que te afecta fuertemente, porque no es lo mismo venir de paseo a saber que tenés que hacer una vida aquí” señala.
También refiere que otra dificultad es el proceso de trámites y la barrera idiomática, sobre todo en el estado que él se encuentra donde casi no se habla español. “Aquí todo es inglés, no es lo mismo si te vas a Miami o Los Ángeles” reconoce.
Por otro lado Héctor opina que independientemente de la modalidad de viaje, todas las personas que emigran forzadamente viven un drama, unos más intensos que otros, pero el más duro es el de las personas que se van “mojadas”, porque “son gente que queda endeudada con el montón de dinero que le pagó al coyote, otros que sufren violencia, otros son secuestrados” lamenta.
“El frío afecta física y emocionalmente”
Entre las cosas más difíciles para Héctor están adaptarse a las bajas temperaturas de Chicago, a las que no está acostumbrado, además porque él asocia simbólicamente el frío con la ausencia del calor familiar, “el calor es la familia, el frío, entre otras cosas, es como esa ausencia de la familia” reflexiona.
“Cierto que para enfrentar el frío te abrigás, pero el frío también es un asunto cultural” afirma, a la vez agrega que “no solo sentís el frío físicamente, sino que te das cuenta que la sociedad también es fría, la gente aquí es más metida en su mundo, algunos asocian eso con el racismo, pero casi nunca es así, la gente es parca con todo mundo, no solo con los inmigrantes” explica, aclarando que con su argumento no está negando que también existe el racismo.
…Pero la vida sigue
Héctor relata que a los dos meses de arribar a Estados Unidos ya estaba trabajando. “Estoy trabajando en una fábrica como operario en la producción de papel” revela. De igual forma confiesa que estar ocupado ayuda a sobrellevar los altibajos anímicos y pensar más en sus expectativas a corto plazo, las cuales son seguir aprendiendo el idioma inglés y reunirse con su familia, “ya están pedidos, ya tienen aprobado el parole, solo estamos esperando la autorización de vuelo” asegura. Asimismo comparte que su tercera expectativa es “conseguir un trabajo más acorde con lo que me gusta y lo que siempre he hecho”.
Finalmente, Héctor refiere que, una vez estabilizado económicamente y con su familia, planea trasladarse a un estado donde no haga mucho frío, donde haya más gente hablando español, donde pueda estar en contacto con más nicaragüenses y donde pueda trabajar en algo relacionado a su formación profesional.
Del exilio en Costa Rica al reasentamiento en EE.UU.
Eyner tenía listas sus maletas un día antes de abordar el avión que junto a su esposa y sus hijos, lo llevaría a La Florida, EE.UU, luego de dos años y medio de permanecer en Costa Rica bajo la condición de refugiado.
Esa noche no pudo dormir pensando en el viaje y en lo que implicaba dejar de nuevo todo atrás y empezar por segunda vez en un nuevo país. Eyner confiesa que unos meses atrás no tenía ni la más remota idea de que Estados Unidos sería muy pronto, su nuevo destino para radicar con su familia.
Eyner es profesional de la comunicación social, por tanto pertenece a uno de los gremios que corren mayor riesgo en Nicaragua dada la persecución de la dictadura Ortega Murillo contra el ejercicio periodístico, la libertad de prensa y de expresión.
De acuerdo a un informe del Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua nunca más, dado a conocer en abril de este año, desde 2018, al menos 253 periodistas nicaragüenses se han visto obligados a abandonar el país. Eyner es uno de ellos, pues tuvo que salir abruptamente hacia Costa Rica en 2022, porque era víctima constante del asedio y las amenazas por parte del régimen Ortega Murillo.
El periplo de Eyner
Eyner fue beneficiado con el Programa Movilidad Segura, también conocido como “Programa de Reasentamiento”, al que están aplicando centenares de nicaragüenses y venezolanos que se encuentran en Costa Rica en calidad de refugiado o aun tramitando ese estatus.
Lo interesante del asunto, según Eyner, es que él no hizo la solicitud para ser beneficiario, sino que desde las oficinas de ACNUR le notificaron que había sido seleccionado para aplicar a este programa migratorio que desarrolla el gobierno de los EE.UU, con el apoyo del gobierno costarricense, ACNUR y la OIM.
“Un día recibí una llamada telefónica y me hablaron de un programa del cual yo era beneficiario junto a una cantidad limitada de personas que habían iniciado todo un proceso de refugio en Costa Rica,” relata Eyner, quien a la vez confiesa que él ya gozaba del estatus de refugiado en ese país.
También comenta que luego de dos años y medio, él y su familia ya se habían adaptado a la vida en Costa Rica, “tuve una experiencia muy agradable, logré adaptarme a la forma de vivir en Costa Rica, es un país que te genera algunas oportunidades. mucho más que las que te genera Nicaragua” asegura.
La propuesta del Programa Movilidad Segura lo tomó por sorpresa, pues algo así no estaba entre sus planes, al menos en ese momento. “Me dijeron que la vida sería mejor, que tendría más oportunidades” recuerda. Ahora tocaba asimilar el asunto y reflexionar al respecto antes de tomar una decisión.
“Luego de la llamada me tocó reflexionar con mi esposa sobre el futuro de nuestros hijos, porque hoy mi principal objetivo es que mis hijos gocen de las mejores condiciones posibles para poder desarrollar su potencial y tener una mejor perspectiva de futuro” comenta Eyner.
El comunicador confiesa que el asunto resultó más complejo de lo que imaginaba, pues lo que estaba más presente en su mente en ese momento era la esperanza del cambio en Nicaragua y el retorno a la patria abandonada, “porque cuando esto acabe, quiero regresar, es mi sueño y el de mi esposa, lo compartimos porque tenemos una historia en nuestro país; pero mis hijos no tienen en este momento un espacio de desarrollo en Nicaragua” asevera.
En consecuencia y pensando en que las oportunidades no llegan dos veces, la decisión fue aprovechar la propuesta, porque esta les permitiría aprender otro idioma y fortalecerse como familia en conocimientos y experiencias, “eso significa que un día vamos a regresar más fuetes a nuestro país” avizora Eyner.
Los beneficios del programa
En el relato de su experiencia Eyner explica que la dinámica del proceso es que a los beneficiarios de Programa Movilidad Segura, una vez que se hace todo el papeleo, sus expedientes son entregados a diversas organizaciones en Estados Unidos y estas deciden a quien apoyar. “La organización que te elige, se hace cargo de ubicarte y proporcionarte las condiciones básicas necesarias para la subsistencia, es decir, te reciben con alimentos y un lugar seguro para vivir” relata.
Asimismo, refiere que la organización que les acoge, les ayuda en la gestión de los documentos de regulación del estatus migratorio, el permiso laboral y el seguro social.
“La organización nos recibe y nos ayuda con eso (…) son cientos de organizaciones que manejan un fondo estatal para echar andar este programa” explica.
Eyner comparte que “nosotros recibimos también de parte del programa un fondo que nos permite acceder a unas tarjetas para comida durante los primeros seis meses” de igual forma agrega que pasado ese tiempo, las personas beneficiarias pueden gestionar para que ese beneficio se extienda por otros seis meses y “así sucesivamente hasta que tengás la posibilidad económica de valerte por tu propia cuenta” revela el comunicador exiliado.
Asimismo, refiere que la idea del programa es que las personas beneficiarias poco a poco se vayan insertando en la dinámica económica del país. El programa también permite a los beneficiarios obtener el estatus de residente en el lapso de un año, además les ayuda a ubicarlos laboralmente, en la medida de lo posible en espacios relacionados con el oficio o perfil profesional en que las personas se han desempeñado a lo largo de su vida laboral.
Pese a que Eyner se siente privilegiado y está contento por eso, no puede dejar de pensar en la situación de su país, y el drama que viven miles de compatriotas que emigran a diario de forma irregular, y que en la travesía hacia la libertad pasan por situaciones adversas extremas, que incluyen el secuestro, la violencia, la estafa, la privación de libertad y la deportación entre otras vicisitudes inimaginables, todo por culpa de una familia que usurpó el poder político en Nicaragua, para convertirlo en una de las dictaduras más crueles que ha tenido Latinoamérica.