Lejos de Nicaragua con alegría y esperanza
- 30 Dic 2021
- 11:00 a.m.
Hace seis meses volví a tocar las puertas de un país hermano en busca de refugio, en busca de seguridad, en busca de vida, una vida que me fue arrebatada para seguir construyendo y soñando en un pedazo de patria que no sólo me vio nacer, sino que amo hasta lo más profundo de mis huesos.
Después de casi año medio de haber retornado al calorcito de mi pueblo, a la algarabilla de mi gente y al amor de mi familia, de manera abrupta me tocó cambiarme de ropa, empacar mi posibilidad de ponerme a salvo y huir en busca de libertad. Era el mediodía de un 7 de junio 2021, terminaba un artículo periodístico narrando la historia de exilio de un perseguido político, sin siquiera imaginar que me tocaría a los pocos minutos iniciar mi propio éxodo.
Llamadas insistentes de números desconocidos que finalmente decidí contestar se convirtieron en el boleto de escape a la inminente amenaza de secuestro de elementos paramilitares que me asechaban a tan sólo dos casas de la mía, la que para entonces era mi lugar seguro. No hubo tiempo de nada, ni de despedida, ni de empacar, ni siquiera tener un lugar donde ir. De hecho, lo único que vino a mi mente fue esperar que llegaran por mí y dejarme arrestar (secuestrar), no veía otra salida, hasta que a mi alrededor empezó a retumbar la palabra “no te dejes atrapar” y fue el momento en que mi red de apoyo, a la que yo llamo mis “ángeles” empezaron a aparecer.
Temblando, pero sin dejar asomar lágrima alguna logré abordar el vehículo que significó mi ruta de salida y salvavida. Ese vehículo en marcha acelerada me fue alejando de lo que por más de 40 años fue mi hogar. Logré llegar a una casa de seguridad lejos de mis captores y ahí permanecí por casi 15 días, en los que me resistía a volver a abandonar mi terruño, hasta caer en conciencia que no sólo se trataba de mi seguridad, sino la de mi familia y además la imposibilidad de continuar ejerciendo mi profesión. Así que finalmente llegó el momento de la decisión que ya había experimentado en 2019 y era volver a salir forzosamente y de manera irregular de mi país.
Llegué la medianoche del 21 de junio de 2021 por segunda ocasión a Costa Rica, esta vez con una mochila con menos ropa, pero con mucha más carga emocional y mucho más repleta de compromisos. Apenas me supe a salvo y en libertad, fue momento de desempacar los miedos y la desesperanza. Convencida que ningún régimen puede arrebatarte la esperanza y las ganas de vivir, inmediatamente retome mis luchas y mi compromiso con el periodismo y con la verdad, con el coraje no de quien escapó de la violencia de la dictadura sino de quien en la búsqueda de ser persona decide tomar la oportunidad de vivir y no de sobrevivir.
Seis meses después de aquella medianoche fría y sin nadie que me recibiera llego el momento de pasar un fin de año lejos de mi familia y de mi Nicaragua Nicaragüita, esa que voy encontrando en olores, sabores y colores que el país vecino posibilita por su cercanía y por la realidad migrante que reúne a cientos de miles de compatriotas.
Este nuevo exilio duele tanto como el primero; sin embargo, abrazo la esperanza de volver a mi pueblo, mientras llegue ese momento seguiré ejerciendo mi labor periodística en libertad, contando la verdad, posibilitando la denuncia ciudadana y resistiendo con alegría.