Francisco: “Pastor de Voz Clara” ante la crisis en Nicaragua
- 21 Abr 2025
- 1:25 p.m.
Desde los acontecimientos de 2018 (El plan de Daniel Ortega para atornillarse en el poder), diversos sectores en Nicaragua siguieron y esperaron con atención las reacciones del representante principal de la Iglesia Católica, dada la relevancia de su cargo a nivel mundial. Lo que ocurrió desde entonces fue más que una serie de pronunciamientos: fue el compromiso constante de un papa que se negó a callar ante la injusticia.
Este lunes 21 de abril de 2025, justo un día después en el que la comunidad católica mundial conmemoró la resurrección de Jesucristo, se conoció la noticia de la muerte en Roma del papa número 266 de la Iglesia Católica.
El mundo entero comenzó a despedir al papa Francisco, un pontífice marcado por su cercanía con los grupos más vulnerables y por su firmeza frente a los poderes autoritarios. En Nicaragua, su partida se siente más allá del fervor religioso, porque desde el estallido de la crisis sociopolítica en 2018, el papa de origen argentino fue una de las pocas voces de alcance global que denunció con claridad y convicción la represión, los abusos y la persecución religiosa en el país centroamericano.
Su primer gesto público llegó en junio de 2018, cuando las protestas en Nicaragua eran reprimidas por Daniel Ortega y Rosario Murillo con balas y sangre. Desde el Vaticano, Francisco expresó su “dolor por las muertes” y llamó a un “diálogo sincero”. Ese mensaje fue un aliento para diversos sectores ciudadanos que habían visto en la Iglesia una aliada para resistir con dignidad.
En 2019, el papa siguió con atención las conversaciones entre el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo ante la oposición. Animó a las partes a construir un acuerdo sin exclusiones, e insistió en la liberación de los presos políticos. En cada ocasión, habló no como diplomático, sino como pastor: “La paz no se impone con la fuerza, se construye con justicia y perdón”.
Pero las acciones de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo continuó por el camino del endurecimiento. En 2022, cuando la represión se dirigió directamente contra los pastores de la Iglesia Católica, Francisco manifestó su “preocupación y dolor” por la detención de clérigos y el asedio a templos. Aunque aún apelaba al diálogo, sus palabras reflejaban el desgarro de una Iglesia que comenzaba a ser perseguida por su cercanía con el pueblo.
El momento más fuerte llegó en marzo de 2023. Tras la condena del obispo Rolando Álvarez —sentenciado a 26 años por negarse al exilio forzado—, el papa rompió cualquier cautela y calificó al régimen nicaragüense como una “dictadura grosera” y lo comparó con los totalitarismos del siglo XX. Fue una declaración de enorme carga política, que provocó la furia del gobierno de Ortega y Murillo, y una ruptura práctica en las relaciones diplomáticas con el Vaticano.
A pesar de la tensión, Francisco no retrocedió. En enero de 2024, reiteró su cercanía con los sacerdotes encarcelados, denunciando “una crisis que se prolonga con dolorosas consecuencias para la sociedad nicaragüense y para la Iglesia”. Incluso en sus últimos meses de vida, con la salud quebrantada, mantuvo el pulso moral y su voz resonó como luz en medio de la oscuridad.
Pese a las distintas manifestaciones de Francisco frente al caso Nicaragua, políticamente, la voz del papa no logró frenar la represión, ni evitar el exilio o la cárcel para muchos líderes religiosos. Pero su palabra tuvo un peso simbólico innegable.
En un contexto de censura y silenciamiento, sus pronunciamientos dieron respaldo internacional a las víctimas y protegieron, al menos parcialmente, a la Iglesia nicaragüense de una represión aún más feroz. Además, generó presión sobre organismos multilaterales y gobiernos de la región, obligándolos a mirar hacia Nicaragua en momentos en que el contexto mundial obligaba a observar otros acontecimientos como la guerra entre rusos y ucranianos, por mencionar uno de ellos.
Y aunque Francisco no pudo si quiera acercarse a incidir mayormente a resolver el conflicto nicaragüense, jamás se hizo cómplice del silencio.
Hoy, con su muerte, el pueblo católico y gran parte de la sociedad nicaragüense se enfrenta a un vacío profundo. Se ha ido un pastor que no tuvo miedo de llamar “dictadura” al régimen de Ortega-Murillo en Nicaragua, en defensa firme de su Iglesia, sus sacerdotes, en quienes mantuvo viva la esperanza mientras estaban en la cárcel y entre las personas que perdieron su derecho a alzar la voz.
La dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha dicho que las relaciones con el papa y la iglesia “fueron difíciles, accidentadas, desgraciadamente influidas por circunstancias adversas y dolorosas que no siempre se entendieron”.
Ortega y Murillo mencionan en su comunicaicón que, a pesar de lo complejo y duro, a pesar de las manipulaciones, a pesar de los pesares, mantuvieron su “esperanza en alto desde la Fe Cristiana” y supieron “entender la distancia y, sobre todo, la complicada y alterada Comunicación” que no les “permitió las mejores relaciones”. Además, dice que supieron “comprender la confusión generada por voces altisonantes que entorpecieron” sus intentos de una “verdadera interacción”. Pero, por sus hechos los conoceréis, y usted que lee este texto, conoce a la perfección la perversión de Ortega y Murillo.
En medio de este momento crucial para la Iglesia Católica, una figura nicaragüense clave aparece en el escenario internacional: el cardenal Leopoldo Brenes, nacido el 7 de marzo de 1949, está habilitado para participar en el cónclave que elegirá al nuevo papa en Roma. Sin embargo, sobre su decisión pesa una disyuntiva: salir o no salir del país.
El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha establecido precedentes peligrosos, negando el regreso a ciudadanos nicaragüenses críticos del poder, una de las tantas violaciones a los derechos humanos documentadas en los últimos años. La presencia de Brenes en Roma podría representar para el oficialismo, una continuidad de la resistencia silenciosa pero firme que la Iglesia católica ha ofrecido ante los abusos, las detenciones arbitrarias y la represión. La acción además, podría interpretarse como un acto de rebeldía frente al poder fáctico que no tolera la disidencia.
Con la muerte del papa Francisco, y Nicaragua aún sumida en la crisis, las y los nicaragüenses estaremos a la expectativa de la que esperamos sea una beligerante participación del nuevo Papa de la Iglesia Católica frente a la prolongada crisis de derechos humanos en nuestro país.
Rara vez intento exponer mi sentir personal en lo que escribo, pero la muerte del papa Francisco es un evento que remueve las arenas de las profundidades de mi corazón católico y patriótico. De seguro, también removerá las arenas de quienes no lo son.