¿Cómo se sobrevive con el salario mínimo más bajo de Nicaragua?

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Nicaragua tiene uno de los salarios más bajos para las personas que trabajan del sector agropecuario. • Foto: Onda Local

A 50 kilómetros de Managua, en las cimas de las montañas del municipio de Niquinohomo, desde donde se puede apreciar la cumbre del volcán Mombacho, se encuentra la comunidad rural Los Huérfanos. Aquí vive José, un campesino de 67 años que se dedica a la producción de carbón y la siembra de frijoles, maíz, plátano, verduras, entre otros alimentos. 

José es de los pocos campesinos de la comunidad que posee tierras propias para trabajar, para muchas personas de la zona la única alternativa es trabajarles a finqueros por 150 a 200 córdobas máximo por día laboral.

En Nicaragua el salario mínimo para quienes trabajan en el sector agropecuario es de 5.721,17 córdobas, unos 155 dólares, según el último ajuste del 10% aprobado por la Comisión Nacional de Salario Mínimo realizado el 23 de febrero de 2024, dicho salario estará vigentes hasta el 28 de febrero de 2025.

Según la tabla de salario mínimo actual, una persona que se ubique en el sector agropecuario gana al día, 190,7 córdobas aproximadamente.

Nicaragua tiene los salarios más bajos para las personas que trabajan en este sector en Centroamérica. Por ejemplo, una persona trabajadora del campo en Honduras puede ganar al mes hasta 300 dólares, según datos oficiales del Instituto de Trabajo y Seguridad Social de ese país.

En Los Huérfanos, José el campesino comienza su jornada a las seis de la mañana, antes de que salga el sol. Vive de lo que produce en su finca de tres manzanas de tierra y de la ayuda que le brinda sus hijos e hijas. En su finca hay abundantes árboles, de ahí saca madera para la carbonera, un trabajo extra que realiza generalmente en verano cuando no hay trabajo de siembra.

“Le pongo un precio agregado, le mantengo carbón a la gente en el mercado de Masaya”, menciona. José vende por sacos el carbón que produce, a un costo de entre 250 a 300 córdobas, según el volumen.

José hace carbón para conseguir dinero extra. Fotografía / Onda Local.

“El peso del carbón no es estándar, a veces un saco pesa más que otro en dependencia del tipo de leña”, explica el campesino, que de una carbonera llega a sacar entre 30 a 40 sacos. La clientela son principalmente personas dueñas de comedores o fritangas.

El proceso de quema de leña hasta convertirse en carbón puede durar entre ocho a diez días de trabajo. Se le suma tres días que se dedican exclusivamente al acomodo de la leña en la carbonera y otros dos para empacar el carbón en los sacos.

“A veces nos toca suerte y mala suerte. A veces se nos queman, nos llovió y se nos apagó la carbonera, hay algunos riesgos, pero si no pasa nada, recupero lo que invertí y me queda una ganancia de unos 2 mil pesos”, refiere.

El campesino explica que el carbón lo traslada en autobús al mercado de Masaya, invierte en los sacos y contrata a “mozos” o “diyeros”, para trabajar por jornadas laborales por día. Un hombre de 50 años y un joven de 29 es el personal que le colabora actualmente. Les paga 150 córdobas por día trabajado, en una jornada de aproximadamente seis horas.

Además de los 150 córdobas que les paga al día a los trabajadores, les garantiza la comida. “Es poco, pero es una manera de sobrevivir porque no hay otra opción”, señala José.

Trabajar en lo que salga

En la casa de José, el joven de 29 años se prepara para irse después de su jornada laboral. Aprovechamos para conversar. “Trabajó en lo que salga”, dice. En algunas fincas le pagan como máximo 200 córdobas, cree que la razón del poco pago es porque no sabe leer ni escribir. “Donde vaya me piden que sepa leer y escribir y mi vida siempre ha sido en el campo”, comenta.

José en ocasiones paga 150 córdobas a jornaleros para que lo ayuden en sus labores de siembra. Fotografía/Onda Local.

El campesino confiesa que sobrevive con lo poco que gana al día. “Tengo mi mujer y mi niño que tiene seis años, no es nada lo que gano, pero peor es estar de balde”, expresa. El joven cuando no tiene trabajo ayuda a su suegro con el trabajo en el campo a cambio de alimentos para la familia. Relata que con esfuerzo logran comer tres veces al día, pero principalmente arroz, frijoles, queso y de vez en cuando, “una mejorita” como carne de pollo. 

De acuerdo con el último Censo de Población y Vivienda elaborado en 2005 por el Instituto Nacional de Información para el Desarrollo, Inide, en Niquinohomo el 60% de la población vivía en pobreza y en pobreza extrema.

José es viudo. Toma un pequeño descanso mientras espera el almuerzo que prepara su hija, en la plática nos comenta que tiene problemas de espalda y hace un mes le sacaron una muela. La consulta y extracción de la muela le costó 15 mil córdobas. “No lo hubiera podido pagar sin la ayuda de mis hijos y si yo lo pagaba quedaba en cero”, afirma el veterano campesino.

Después de almorzar, José se da una vuelta por sus cultivos de arroz y plátano. Baja por una escarpada pendiente, en la que cualquiera se podría caer, pero tiene mucha agilidad. Cuenta que las tres manzanas que posee se las dieron durante la Reforma Agraria en los años 80. “Gracias a Dios no nos hace falta comer”, expresa. El campesino explica que hay momentos en que los trabajadores “escasean” y pagan, extraordinariamente, hasta 300 córdobas al día.

“La mayoría de la gente de aquí (comunidad Los Huérfanos) salen a trabajar fuera, a la zona franca”, cuenta José. Considera que el pago para los trabajadores agrícola es muy bajo porque la producción no es muy rentable en la zona y hay muchos riesgos en las cosechas. “El año pasado sembré frijol, pero todo se me quemó con las lluvias”, puntualiza.

En la cumbre de una montaña hay sembrado frijol, desde ahí se ve el volcán Mombacho. Ahí termina la propiedad de José y también su jornada laboral en el campo. Vuelve a su casa a las cuatro de la tarde para meter en canastos bananos conocidos como manzanitos, los que vende a un córdoba por unidad a comerciantes del mercado de Masaya.

José vive con una hija. Padece de varias enfermedades, pero sigue trabajando en el campo. Fotografía/Onda Local.

Trabajo no remunerado que realizan las mujeres campesinas 

En las familias trabajadoras del campo, las mujeres generalmente realizan trabajos no remunerados y se encargan de las tareas de los cuidados. La hija de José tiene 29 años y es madre de una joven de 18 años.

Durante nuestra visita la vemos atareada realizando varias actividades a la vez. En el patio trasero de la casa, junto al lavadero tiene unas tinas llenas de ropa sucia por lavar. Cocina y está pendiente de los medicamentos de José. Dice que logró terminar el bachillerato y un curso técnico.

Afirma que tiene más de un año sin empleo remunerado, pero en la casa si tiene trabajo pero no salario. “Trabajaba en la zona franca (textil) de Niquinohomo”, luego intentó emprender vendiendo ropa y otros artículos, pero asegura que no tiene mucho tiempo para dedicarse únicamente al emprendimiento.

La Agencia de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), afirma que el trabajo que hacen las mujeres en el campo y en los hogares de familias campesinas, son parte de “la fuerza laboral agrícola”.

“Las mujeres constituyen, por término medio, el 43 % de la fuerza laboral agrícola de los países en desarrollo”, asegura la FAO. En la casa de José, Fátima, se apresura a bañarse y alistarse para salir con su hija a realizar las compras y mandados de la casa. Espero algún día tener un trabajo formal. 

Trabajar “para no perder la costumbre”

En San Gregorio, una comunidad rural de Diriamba, Carazo, hay personas que se dedican a la siembra de alimentos, principalmente el frijol.

Mario trabaja como “diyero” por 200 córdobas al día para quitar la maleza de los frijoles. Fotografía/Onda Local.

Mario, un joven campesino, afirma que trabaja con “el machete en las haciendas”. Tiene 37 años, está casado y gana, aproximadamente, 1,200 córdobas a la semana. A inicios de noviembre de 2024, Mario estaba trabajando en una frijolera con un señor de 65 años, quien lo contrató para que le quitara la maleza a la vaina del frijol.

El campesino cuenta que tuvo trabajo formal en una hacienda de café cerca de Diriamba, pero tras una pelea con un compañero, decidió renunciar. “Por cinco años de trabajo me dieron 16 mil córdobas, pero me los van a pagar en abonos”, cuenta Mario.

Ahora se volvió “diyero”, y trabaja en lo que salga, pero principalmente en el cultivo de frijoles, porque este cultivo necesita mantenerse limpio de maleza para que pueda producir más.

Mario viste de pantalón negro, camisa negra desteñida y desgastada, además de una gorra vieja. Dice que a pesar de la pobreza y de ganar tampoco, le gusta lo que hace. “Me pagan 200, trabajamos de seis de la mañana a las 11:30 a.m.”, comenta.

La familia de Mario la conforman sus siete hijos e hijas y su esposa. Se las ingenia para poder garantizar la alimentación en el hogar y sobrevivir. “Con el salario que ganamos nos mantenemos, con 1,500 córdobas le digo a ella que compre arroz, aceite y otras cosas, con eso pasamos el mes. Ella compra 30 libras de arroz, con quince libras pasamos la quincena, nos gastamos cuatro litros de aceite, en café dos libras y nueve libras de azúcar para tres semanas”, detalló el jornalero.

Las condiciones de trabajo de las personas trabajadoras del campo son muy precarias. Fotografía/Onda Local.

Considera que el salario de las personas trabajadoras del campo es raquítico. Al terminar su jornada el campesino saca de un bolso azul una pana de color rojo que contiene su almuerzo, lo degusta mientras plática “ojalá la cosecha sea un éxito, pues de eso dependen tener un ingreso extra” sonríe.

De acuerdo con datos del Inide, a noviembre de 2024, el costo de la canasta básica de Nicaragua es de 19,941 córdobas mensuales. El salario que gana el joven campesino no cubre ni el 40% de la canasta básica nicaragüense.

En San Gregorio, gran parte de las personas trabajan en Diriamba o ciudades cercanas, muy pocas se dedican a la agricultura principalmente por los bajos salarios. Don Francisco, seudónimo del señor que emplea a Mario, afirma que se dedica a sembrar frijoles, prácticamente, por costumbre, ya que, a veces, las ganancias son nulas.

Para la siembra de postrera, que se hace a principios de octubre, alquiló una manzana de tierra. “En total, he invertido más de 25 córdobas para sembrar una manzana”, menciona el agricultor, como ejemplo de la inversión versus las ganancias.

Debajo de un árbol donde se refugia del sol de mediodía, hace cálculos de la cantidad de quintales que puede sacar en esta cosecha. “Debo sacar más de 10 quintales de frijoles para obtener algo de ganancia”, expresa.

En 10 quintales, el agricultor recuperará lo que invirtió, el resto será para su bolsillo. “Este trabajo es de mucho riesgo, dependemos mucho del clima y de que las plagas no nos afecten”.  

El salario mínimo en Nicaragua se discutirá y aprobará en febrero de 2025. Según un dirigente sindical en declaraciones a una radio local en noviembre de 2024, se espera que para el 2025, se negocie un aumento al salario mínimo menor al 10%.

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