Regresaré a Nicaragua y seguiré contándolo
- 20 Mar 2023
- 3:40 p.m.
Transcurre marzo, mes en el que llego a 38 años y me percato que la mitad de mi vida (19 años) la he disfrutado siendo periodista; entendiendo la importancia de mi rol dentro de una sociedad que debe ser construida a base de participación de la ciudadanía, para quienes es necesaria la información.
Este es mi reporte desde fuera de mi hogar, cuando percibo que el tiempo va pasando y desde donde conmemoré el pasado primero de marzo, por segundo año consecutivo desde mi exilio, el Día Nacional del Periodista Nicaragüense. También en este mes, me tocó ver de cerca a mis colegas exiliadas seguir en pie un 8 de marzo para conmemorar el Día Internacional de las Mujeres, con la plena convicción de seguir en el lugar correcto, ejerciendo la labor informativa, pese a sufrir la separación obligada de sus familias y la lejanía de su tierra y costumbres. Aquí continúo, entre los más de 150 periodistas nicaragüenses que “cruzaron el monte” y buscaron refugio en otro país, para evitar la cárcel en la que estuvo mi tío y colega Miguel Mendoza, o evitar las balas que alcanzaron a Ángel Gahona; y seguir en contacto con ustedes, las personas que escuchan o leen lo que hago.
Pero hay un momento en que trato de extraerme de mi oficio y, de inmediato, aparece el ciudadano de a pie que reflexiona. En estos tiempos en los que Nicaragua es víctima de un régimen dictatorial, me he convencido de que no debo aceptar lo que diga “cualquier” papel, con apariencia de Ley, aunque contenga sellos y firmas que le den ese aspecto de legalidad tan engañosa; aunque haya sido motivo de votación y total aceptación por el pleno de la Asamblea Nacional (Parlamento), tratándose de Nicaragua y sus actuales condiciones, en ningún momento siquiera está cerca de ser legal, ni decente.
Como periodista y ciudadano creí haber visto suficiente, pero la pareja dictatorial llevó nuevamente sus acciones a la cúspide de la infamia, quitando el pasado 9 de febrero la nacionalidad nicaragüense a las 222 personas excarceladas que fueron desterradas hacia Estados Unidos. Luego, hicieron lo mismo con las 94 ciudadanas y ciudadanos, a quienes la Asamblea del régimen, despojó de su nacionalidad, con la consiguiente pérdida perpetua de sus derechos, entre los que se incluyen la imposibilidad de optar a cargos de elección popular.
Apenas escuché esa información, centré mi atención en esto último. Me pregunté cómo era posible que al dictador y la codictadora les aterrase enfrentar a cualquiera de estas personas en un proceso electoral, si tienen bajo su control al Consejo Supremo Electoral (CSE) y demás entidades estatales como el sistema de justicia y otras instituciones como la Policía, por medio de las cuales se ejerce la represión. Un total sinsentido.
Luego traté de “ponerme en los zapatos” de quienes fueron despojados de su nacionalidad. Al fin y al cabo, entre quienes alguna vez hemos cuestionado a Daniel Ortega y Rosario Murillo, y yo lo hago a través de mi trabajo (porque el periodismo siempre debe cuestionar al poder y más aún ante una evidente dictadura), seguro que hemos pensado que podremos estar en cualquier momento en la misma situación. Desde el interior de las estructuras del régimen, se rumorea, como un secreto a voces, que pronto se dará a conocer una lista de 1500 personas a las que se declararán como "traidores a la patria". ¿Estaré yo en esa lista? Es inevitable preguntármelo. Y debo confesar que mi reflexión me llevó hasta una canción que, difícilmente, una persona “nica” no haya interpretado antes:
“¡Qué linda, linda es Nicaragua, bendita de mi corazón…!”
Un enredo de sentimientos sentí en el pecho, y un nudo en la garganta me impidió cantar. Y es que ser nacional no es algo que se lea en un registro porque se siente desde adentro y recorre las venas. A lo inmediato, extrañé a mi padre, madre, hermanos, abuelita, tías, tíos y primos, porque como es común entre nicaragüenses, tengo un amplio concepto familiar. También extrañé la comida, porque, aunque en Costa Rica el chifrijo me viene bien, el sabor nica, con los ingredientes nicas, seguirá siendo un misterio difícil de explicar para quienes lo extrañamos tanto. El otro sentimiento encontrado es el temor porque te arrebaten lo que por años te ha tocado construir, porque nuevamente Ortega le ha puesto el ojo al bien ajeno, con su mala maña de hacerse de lo que no es suyo.
Entiendo que, con estas acciones, el régimen no busca limitar más derechos, no es posible porque ya lo lleva a cabo desde hace mucho tiempo. Sin necesidad de quitar la nacionalidad, ha restringido la entrada de nicaragüenses a su país y obliga al destierro, mientras encarcela y violenta a diestra y siniestra, en evidente y descarado distanciamiento de la Ley. Lo que busca Ortega es mantener contento a un grupúsculo debilitado y, cada vez, más íngrimo grupo de fanáticos que se vieron afectados por la muestra de debilitamiento de sus dictadores, a quienes, como en una partida de ajedrez, no le quedan muchos movimientos. Pero no dejarán de morder como una jauría de perros heridos.
Ortega mandó a su Asamblea a reformar el apartado de la Constitución que se refería a que ningún nacional podría ser privado de su nacionalidad. El resultado fue una aberración jurídica inadmisible porque las reformas parciales a la Constitución Política de Nicaragua deben discutirse en dos legislaturas y no en la primera, como han aclarado las y los expertos en derecho. Por tanto, la aplicación de la “desnacionalización” ocurre de facto, cuando la tal Ley 1145 (Ley especial que regula la pérdida de la nacionalidad nicaragüense) ni siquiera ha entrado en vigor, obviando la Convención Americana de los Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a la nacionalidad del Estado en cuyo territorio nació”, o la misma Corte Interamericana de Derechos Humanos que considera la nacionalidad como parte del estado natural del ser humano, de las que Nicaragua es suscriptora, aunque eso no le importe a la dictadura.
Retomo este tema que atrajo tanto la atención hace unos días, porque desde fuera de mi Nicaragua he guardado la esperanza de un pronto regreso. Pero las condiciones son adversas, así lo dice un último estudio realizado por Periodistas y Comunicadores Independientes de Nicaragua (PCIN) que encuestó y entrevistó a 116 periodistas dentro del país. El informe dice que, al menos, 42 de las personas consultadas ya no ejercen periodismo por razones de desempleo, presión política, inseguridad y miedo por ataques a la integridad personal y familiar.
El estudio de PCIN también afirma que 109 de las personas consultadas (94%) dicen que en Nicaragua hay censura. Mientras que 56 (48%) admitieron que en su abordaje no incluyen temas o voces que “incomoden”, lo cual representa una práctica de autocensura. Con estos y otros datos que hablan de la las precarias condiciones en torno al ejercicio periodístico, la organización gremial se pregunta a modo de reflexión: ¿Hacia dónde va el periodismo nicaragüense?
En mi caso, me fui a Costa Rica para no formar parte de ese porcentaje obligado a callar, aunque respeto y admiro la decisión de quienes se han quedado, porque admito que desearía estar entre los que no se fueron y sufrir las consecuencias para estar en casa y no extrañar a mi gente, mi tierra, la acera en donde me sentaba, el árbol que me daba sombra, mi historia y tanto más.
Mi plan es seguir contando cada esfuerzo ciudadano en la defensa de los derechos humanos y estar ahí para describir cada paso errático del régimen. Quizás la vida me premie para poder narrar el fin de esta dictadura (una más, pero de las peores) en la convulsa historia de mi país.
En cualquiera de los casos, deseo seguir intentando cantar la canción completa, porque, aunque la garganta me sigue doliendo y la distancia de mi tierra y mi gente me duela, estoy claro que vine de lejos para seguir informando. Y también sé que, un día, regresaré a Nicaragua para continuar haciéndolo.
“Soy puro pinolero, nicaragüense por gracia de Dios”.
*Cristopher Mendoza Jirón es un periodista nicaragüense en el exilio costarricense, del equipo de Onda Local y colaborador de Otras Miradas.