La Revolución de Nicaragua
- 15 Jun 2018
- 5:14 p.m.
Sería una revolución pasar de la dictadura absolutista y genocida de Daniel Ortega y Rosario Murillo a un país soberano y una sociedad libre y democrática con un Estado institucionalizado, con poderes independientes entre sí, unas fuerzas armadas que solo respondan a la Constitución Política de la República y un gobierno de leyes respetuoso de los derechos humanos individuales y colectivos.
No queremos mucho los nicaragüenses, no deseamos –ni podríamos- pasar de una sociedad capitalista a una socialista, como algunos pretendíamos ilusamente en los años 70, es decir, estamos casi como en 1789 en Francia, con un “pequeño” desfase de 229 años, luchando pacíficamente por quitarnos de encima una anomalía de la historia, un gobierno con raíces en una revolución de izquierda –la Revolución Popular Sandinista—convertido en dictadura familiar, corrupta, violadora de los derechos humanos y genocida.
La insurrección popular cívica nacida el 18 de abril de este año con una protesta de estudiantes universitarios contra reformas inconsultas al seguro social y radicalizada y extendida a la mayoría del pueblo nicaragüense por la desmedida represión que ya deja casi 130 muertos, varios de ellos ejecutados por francotiradores y otros a quemarropa por policías enloquecidos—ha convertido como su principal demanda política que se vayan del poder los Ortega-Murillo. Y que no haya un orteguismo in Ortega.
El dictador ha reaccionado como lo que es, desplegando todo su potencial represivo, no solo a las fuerzas especiales y demás efectivos de la Policía Nacional –que actúa como una fuerza familiar, igual que en el pasado la Guardia Nacional de Somoza--, sino también organizando, entrenando y armando a numerosos grupos paramilitares reclutando a exmilitares, prisioneros sacados de las cárceles, pandilleros de barrios pobres, miembros de su brazo juvenil partidario, y otros, y desplegando sucesivas campañas orwelianas que pregonan el amor y la paz, mientras practica la guerra y el odio.
La insurrección popular pacífica
La dictadura genocida ha llegado a extremos tales de acusar a los estudiantes universitarios y al pueblo en general que protesta en manifestaciones, plantones, tranques y barricadas, de haberse auto masacrado al final de la descomunal manifestación popular del 30 de mayo, Día de las Madres, en Managua, en la que asesinó a más de diez personas e hirió a cerca de 80.
La historia demuestra que es posible tumbar una dictadura con una insurrección popular pacífica como la que ocurre en Nicaragua, donde, mientras las fuerzas represivas utilizan a oficiales y soldados entrenados y con armas de guerra, incluyendo el mortífero fusil AKA-47 y el letal Dragonov para francotiradores.
Los estudiantes universitarios y pobladores solo cuentan con hechizos lanzadores de morteros artesanales, piedras y huleras. A esto se agregan los poderosos tranques que dominan el 70 por ciento de las carreteras del país y las barricadas que incluso ya asoman por la capital Managua, de casi dos millones de habitantes. Así mismo, acciones generalizadas de desobediencia civil, como la de miles de comerciantes del mercado más grande de Centroamérica, el Oriental, que no pagarán más impuestos hasta que se vayan los Ortega-Murillo.
Solo el fanatismo y la obcecación hacen posible que en el exterior, fuerzas autodenominadas de izquierda, que deberían ser abanderadas de la libertad, la democracia y el respeto a los derechos humanos, sigan apoyando a este régimen dictatorial y genocida, que en los últimos once años de ejercicio en el poder no tuvo nada de “izquierda” pues, entre otros, mantuvo una íntima y excluyente alianza con el gran capital, marginó a los movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil, entregó la soberanía nacional a un empresario chino, reprimió al campesinado y al pueblo en general, violentó los derechos humanos fundamentales, ignoró los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, practicó el nepotismo, la familia Ortega-Murillo y su camarilla, se corrompieron a más no poder y un interminable etcétera.
El Frente y los Ortega-Murillo no son de izquierda
¿De cuál izquierda hablan entonces? El orteguismo desacredita profundamente cualquier intento para que resurja una ideología que privilegie a los más empobrecidos, que sea profundamente social. Es un régimen tan descompuesto y atrasado, como una monarquía absolutista bañada en sangre, que cambiar hacia un Estado ligeramente superior al preconizado por la Ilustración europea y sobre todo francesa en el s. XVIII, es un salto formidable en la historia, un cambio brusco y radical que transforma a toda la sociedad. Entonces sí, en Nicaragua está ocurriendo una revolución.
Qué cortos de miras estos nicas podría decir un despistado o algún extremista ideológico, mecanicista o fanatizado, pero lo que demanda la sociedad nicaragüense es justicia, libertad y democracia, las mismas reivindicaciones de hace siglos. En esta insurrección popular pacífica no hay partidos políticos de por medio –la mayoría subordinados al orteguismo, no hay ideologías partidarias, lo cual no significa que no haya ideología, porque la que hay se clasifica en liberal pues prevalecen los postulados de Rosseau (Volvemos a La Ilustración que nunca llegó a Nicaragua, y retornamos también a la Revolución Francesa (Libertad, Igualdad, Fraternidad), con algunos ajustes progresistas.
Pero a ese pensamiento liberal de la independencia de poderes hay que agregarle un fuerte componente popular, porque los estudiantes universitarios y la población, volcados masivamente en esta insurrección, le están impregnando su sello, el cual no podrá ser ignorado por el gran capital, que deberá establecer una relación justa con los trabajadores y sus movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil, que unidos se han convertido en una correa de transmisión de los intereses de la calle hacia la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, que es la contrapartida del orteguismo en el Diálogo Nacional, el cual debe permanecer abierto como instancia de negociación de la rendición del régimen.
La Revolución de Nicaragua avanza cobijada por la bandera nacional, la única, pues los colores patrios desplazaron a los partidistas y están a punto de barrer de la faz de nuestro país los otrora heroicos y admirados rojo y negro, ahora símbolos de la ignominia y la opresión. El azul y blanco ha llenado todas las calles, plazas y carreteras de nuestro país. Nunca antes en la historia nuestro emblema había sido tan reivindicado.
Esta es la Revolución de Nicaragua. Ojalá se enrumbe, apoyada en la educación y el desarrollo de la productividad del trabajo, hacia un modelo socialdemócrata escandinavo. Y eso sería otra revolución. Después veremos.