Fatal desenlace: la peor matanza de la historia nacional

La madre de las marchas
en el Día de la Madre

Guillermo Cortés Domínguez

Ocurrió el momento sublime en el paso a desnivel de la Centroamérica, cuando la descomunal marcha avanzaba lentamente por abajo y también por arriba, y entre las altas paredes de concreto reforzado, sobre los carriles principales de la Carretera a Masaya, se sintió como estar simultáneamente en diez estadios, la emoción cundió, parecía que los corazones estallarían en pedazos en esta manifestación de más de 200 mil nicaragüenses que reiteraron su demanda: ¡Que se vayan! ¡Que se vayan! Más tarde, la respuesta de la dictadura orteguista fue la represión más letal de la historia nacional: al menos once muertos y más de 50 heridos, entre ellos un niño de diez años y otro de 14 meses. Y el conteo va subiendo. 

La multitud se dividió, unos avanzaron por arriba y la formación más compacta por abajo, y ahí entre esos altos paredones, todo se magnificó. Las atronadoras consignas de arriba y las de abajo, junto al sonido fuerte de las pitoretas, la tibia y tierna música y letra de las canciones desde un altoparlante sobre un vehículo en lenta marcha y el estruendo de los morteros, se fusionaron. Esa mezcla entre miradas brillantes y sonrisas espléndidas, produjo un ambiente y un sonido brumoso que por media hora elevó a todos por encima del asfalto, la gente levitó en ese asombroso momento de comunicación de todos los elementos sonoros y emocionales de una marcha portentosa.

En ninguna otra marcha, en ningún otro plantón, se corearon con tanta fuerza y emotividad las consignas como en esta caja de resonancia de concreto y hierro del paso a desnivel. Adquirieron otra connotación los sonidos, la entonación masiva y emocionada, la pronunciación, el coro multitudinario, el clamor profundo, cuando alguien gritaba “El pueblo unido” y un aguacero poderoso de voces completaba “Jamás será vencido”. Igual con ¡Que se vayan!, ¡Que se vayan! ¿Qué es lo que quieren los campesinos? ¡Que se vayan los asesinos!

Experiencia memorable

Difícilmente lograrás repetir esta experiencia, se la contarás a los que no asistieron, a quienes tuvieron que quedarse cuidando los hogares o asistiendo a niños y ancianos, no podrás olvidarla en el resto de tu vida, con una emoción singular se la contarás a tus hijos y nietos, querrás compartirla con tus familiares y amigos en el exterior y se quedará por siempre en tu memoria y en tu corazón.

Pudo ser mayor la manifestación a lo largo de siete kilómetros de Metrocentro a la Upoli, cuando ocurrió el asombroso hecho de que la punta de la marcha ya había llegado a su destino y la cola todavía arrancaba en la salida. Pero “La madre de las marchas” en el Día de las Madres, además de multitudinaria, fue más emotiva, más emocionante, quizá porque marchamos en solidaridad con las mamás de los cerca de 90 estudiantes y pobladores asesinados por la dictadura en este baño de sangre con características de genocidio que parece no tener fin.

En las calles alternas se podía avanzar, en los carriles principales la multitud decidida a luchar por su libertad era tan compacta, que la gente caminaba una casi junto a la otra, se podía oír la respiración agitada, palpar la emoción, sentir el compromiso, escuchar con nitidez las consignas, las respuestas, los coros ensordecedores ganándole por fin la partida a esas pitoretas escandalosas que desgraciadamente llegaron a las marchas para quedarse.

Un niño que iba con su padre en motocicleta leía un pequeñito cartel en un cartón amarillo, ¡Aquí estamos de pie!, mientras un grupo de muchachas, entre ellas dos periodistas coreaba “Ni de izquierda ni de derecha. Somos Nicaragua arrecha”. Y abundaron las pancartas alusivas a quienes se homenajeaba este día: “Mamá, sentí este abrazo que te doy a través de esta multitud de nicaragüenses que te queremos”; o, “Todo mi amor a las madres de la juventud heroica”.

Manifestación sin fin

La manifestación parecía no tener fin observando desde el puente peatonal-publicitario por el Colegio Teresiano. Desde esa atalaya fue imposible precisar qué tanta gente faltaba por pasar y qué tanta ya se dirigía hacia Metrocentro. En ambas direcciones la multitud envuelta en una nube de banderas azules y blancas y de pancartas, era infinita.

Algunos estudiantes con morteros le ponían a la marcha estruendos que acompañan el clamor de las consignas: ¡Pueblo, escucha, seguimos en la lucha!; “Rezan de día. Matan de noche”. Imposible que no hubiera una mezcla de sentido del humor y lenguaje  muy coloquial: “Daniel: la UPOLI te va a meter el boli”. ¿Cuál es la ruta? ¡Que se vaya este hijoeputa!; “Nicaragua exige tu renuncia o te sacaremos a verga”.

Estudiantes armados con espray pintaban consignas sobre el asfalto y con moldes grababan en los postes del tendido eléctrico imágenes caricaturizadas de los personajes más despreciados por la población. También había mensajes de agradecimiento a médicos, cruzrojistas y bomberos, que tantas vidas han salvado.

Con los espray sobre todo pintaban algunas de las últimas palabras de Alvarito Conrado, el adolescente que murió porque le negaron atención médica en el hospital Cruz Azul, del INSS. “Me duele respirar”.  “Me duele respirar”.   “Me duele respirar”, quedó pintado a lo largo de varios kilómetros, como un grito acusatorio.

Primero las madres, después los estudiantes universitarios

Muy lentamente arrancó a las 2:00 de la tarde la gigantesca manifestación desde la rotonda Jean Paul Genie, mientras de todos lados fluían como ríos la gente que había salido de sus barrios en pequeños grupos, ataviada con banderas de Nicaragua, cintillos, camisetas y pintada la poderosa insignia nacional en uno de los cachetes.

Al frente iban las madres enlutadas, algunas con retratos de sus queridos hijos asesinados por el régimen sangriento. Lloraron, sufrieron y sintieron el gigantesco acompañamiento, vivieron en carne propia que el pueblo está con ellas, excepto la minoría recluida ayer en la Avenida Hugo Chávez, que disfrutaba de un espectáculo musical, como si estas no fueran horas de intenso dolor. Reponiéndose a su tragedia, ellas marcharon con la frente muy en alto.

Y los que con su claridad y valentía iniciaron este estallido popular, esta rebelión, esta insurrección popular cívica, los estudiantes universitarios, iban detrás de ellas, como un tributo y como un compromiso con estas mujeres heridas de manera profunda e irreparable por la represión genocida.

En algunos sencillos carteles en cartulina se leían frases poderosas como la de Ernesto Cardenal, ¡Levántense todos. También los muertos! Así mismo: “Las ideas son a prueba de balas”. Una pancarta fuerte, crítica, decía: ¿Cuántos muertos más necesitamos para declarar PARO NACIONAL?

Muchas mujeres y familias en la marcha

Durante una hora, el cielo nublado pareció proteger a la ruidosa muchedumbre, pero a las 3:00 p.m., por el paso a desnivel de la Centroamérica, el sol esplendoroso saludó a los manifestantes con un poco de rudeza, porque estaba caliente y enceguecía ya que en ese momento daba de frente. Alguna gente se protegía con paraguas y con sus propias pancartas pequeñas.

¿Había más mujeres que hombres en la marcha? Es posible. Caminaban entusiastas, muchas con cintillos en la frente con la palabra Nicaragua que les daba un atractivo singular. En un grupo de ellas se alzó una voz que comenzó a leer los nombres y apellidos de los jóvenes asesinados por la dictadura. Y la respuesta multitudinaria: ¡Presente! ¡Presente! ¡Presente! Ocho o diez muchachas desfilaron en línea con el rostro cubierto con las conocidas más caras de Monimbó.

En la poderosa y muy activa marcha participaron muchas familias, algunas de ellas, irresponsablemente o no, con tiernitos, que quizá no tenían con quién dejar, pero ese fue su baño de fuego en asuntos de lucha popular. Otras participantes eran más grandecitas. Y desfilaron abuelas de ojos llorosos y discapacitados que tozudamente, incansablemente, daban vuelta a las ruedas de sus sillas. Ojalá que el resultado de esta insurrección popular cívica sea tan bien estructurado, tan acorde con la realidad nacional, que estos niños que marcharon no tengan que hacerlo de nuevo dentro de 30 o 40 años.

En este especial Día de las Madres, abundaron las pancartas alusivas a ellas: “No soy madre, pero comparto tu dolor”; “Una madre no debe enterrar a sus hijos”; “No hay palabra que consuele el dolor de una madre, pero ella no descansa”; “Soy madre y lloro con ellas”; “No los concebí pero los defenderé como si los hubiera parido”; “No tenemos nada que celebrar”; “Todos son mis hijos”.

La peor matanza de la historia nacional

Junto a encapuchados con morteros o con espray, marchó otro tipo de joven con el rostro tapado, quizás hijos o nietos de oficiales y soldados del Ejército y La Policía, o de funcionarios públicos de todo nivel, incluso ministros, magistrados y diputados. ¿Podrá estar seguro un francotirador o un policía antimotín  que a quien está apuntando para descerrajarle el cerebro no es su hijo o su nieto o su sobrino?

Como a las cuatro de la tarde los primeros manifestantes llegaron, cansados pero felices,  al sector de Metrocentro y la UNI. A las 4:30 p.m. sobrevino el corolario inesperado y fatal de la Madre de las marchas, al perpetrar la Policía la peor masacre de la historia: al menos 11 muertos y más de 50 heridos, entre ellos el niño de diez años de edad, Jared Alexander Palacios; y un tierno de 14 meses.

Para escapar de los disparos –algunos de los cuales salieron de fusiles especializados de francotiradores conocidos como Dragonov—la multitud nerviosa y atemorizada se desbandó por todos lados, menos hacia el Estadio Nacional Denis Martínez, convertido en base de tropas y centro de entrenamiento de paramilitares. Solo un arma de grueso calibre puede provocar que estalle la masa encefálica como sucedió al menos con uno de los jóvenes asesinados.

Entre estudiantes, pobladores en general, curas, líderes sociales, campesinos, pobladores en general e incluso empresarios, se acrecientan los comentarios sobre la participación en la represión de oficiales y soldados del Ejército, en particular de su Centro de Operaciones Especiales (COE) al que pertenece una unidad de francotiradores

Antimotines dispararon hasta en ráfagas

Los jesuitas abrieron las puertas de la UCA y los curas las de catedral, refugiándose en la primera unas cinco ml personas, entre ellas, un grupo de niños y niñas que se separó de su mamá y papá y quedaron perdidos; y en la segunda, unos dos mil campesinos. Muchos hombres del campo tomaron otra dirección, quedaron perdidos de noche y en una ciudad tan extensa y desconocida. Los buscaban afanosamente para conducirlos al templo.

Después que se escucharon los primeros disparos, grupos de jóvenes, en vez de replegarse, con una valentía inaudita que sin duda ya es temeridad, avanzaron hacia el Estadio por la Carretera a Masaya y principalmente por la Avenida Universitaria.

Desde el puente peatonal frente a la parada de buses en el costado oeste de catedral, se miraba el avance de los muchachos y algunas muchachas, también de motorizados, muchos de ellos con lanza morteros y banderas de Nicaragua. Rápidamente algunos comenzaron a levantar barricadas.

Del lado de la UNI un grupo con lanza morteros se aproxima al Estadio. Se escuchó ta-ta y cayó uno, retroceden, y de nuevo, ta-ta y cae otro. Otro de los jóvenes lo ve y en fracciones de segundos piensa regresar y jalarlo, quizá solo esté herido, pero no, sigue adelante, y eso lo salvó, porque instantes después, salió un grupo de hombres vestidos de negro disparando ráfagas de balas, seguramente de fusiles AK-47.

Por el puente peatonal cercano a catedral, las pequeñas barricadas de piedras y con una caseta de CPF arrancada en Metrocentro, palidecieron, porque los jóvenes construyeron una mucho más alta y fuerte, con adoquines de la parada de buses, pero igual, con la balacera generalizada tuvieron que correr

La muerte, la sangre, el dolor y el horror se apoderaron de miles de personas entrampadas en toda esa zona de Metrocentro, la UCA y la UNI. Esta matanza debería ser suficiente para que la dictadura se vaya. Ya llegamos al centenar de muertos. El Diálogo Nacional fue suspendido. ¿Qué queda?, se preguntarán los estudiantes y movimientos sociales, campesinos, empresarios y pobladores. Quizá la fase superior de la insurrección popular cívica: paro nacional, múltiples formas de desobediencia civil, trancar todo el país y más movilización popular.

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